La gitanería arrasada de Triana
En 1983, la “gitanería” de Triana se reencontró. El documental Triana pura y
pura lo recuerda.
Expulsión de los gitanos de la Cava |
Desde el siglo XV, las tribus gitanas se asentaron en Triana, entonces un
arrabal separado por el río de la ciudad amurallada. Con ellos trajeron el oficio de la fragua.
Los clanes herreros eran la “aristocracia” del pueblo gitano, junto a los
tratantes de ganado, que dominaban la oratoria, y ambos oficios pervivieron
hasta que la fundición y la mecanización del campo, en el siglo XIX, les llevó
a reciclarse como artistas flamencos profesionalizados o toreros. También
existían muchos matarifes, carniceros o venteros, además de trabajadores en la
lonja de pescado, cruzando el puente de Triana, o en los muelles. Éste es el
caso de Manuel el Titi, presente en el documental Triana pura y pura (2013),
dirigido por Ricardo Pachón. El Titi “por la mañana estaba en el muelle
descargando sacos y por las noches iba a la parrilla del Hotel Cristina, el
primer tablao que hubo en Sevilla”, relata Pachón.
Dentro de
Triana, vivían en la Cava de los gitanos, formada por la calle Pagés del Corro
(hasta San Jacinto) y numerosas vías colindantes. El patio de los
corrales de vecinos, donde estaba “el común” (servicios, lavaderos y cocina)
era su lugar de encuentro. Así los conoció Ricardo Pachón cuando en la
década de los 50 su familia se mudó a los primeros pisos que se construyeron en
Los Remedios, justo donde empezaba la Cava: “Los veía por la ventana de la
cocina y un día me fui solito y enseguida hice amigos, y como me gustaba mucho
tocar la guitarra, me invitaban a las fiestas… yo iba de un patio de vecinos a
otro, asistiendo a esa maravilla”.
De la Cava a las cocheras
Política urbanística y especulación siempre fueron de la mano en Sevilla, desde que la ciudad intramuros empieza
a desbordarse a mediados del XIX. Las viviendas públicas, insuficientes, se
construían lejos del centro y de las acometidas de agua, luz y alcantarillado.
Según los datos censales de 1950, sólo el 41% de viviendas tenía agua corriente
y el 53% carecía de retrete. Los terrenos intermedios se entregaban a manos
privadas, que se ahorraban estos gastos de infraestructura y construían
viviendas destinadas a clases sociales medias y altas. En palabras del
historiador Fernández Salinas, “se construyen viviendas, pero no se hace
ciudad”.
Al mismo tiempo, las sucesivas normas de alquiler (desde 1842) no sólo
liberalizaron el precio de los alquileres, sino que permitían el desalojo de los
edificios si se declaraban en ruina. Este sistema fue masivamente utilizado por la
propiedad, en connivencia con el Ayuntamiento, responsable de certificar la
declaración de ruina, para obligar a los inquilinos a abandonar las viviendas y
vender el solar.
Esto fue lo
que ocurrió con la gitanería de Triana, entre finales de los 50 y principios de
los 60. Ricardo Pachón destaca el especial empeño del “padrino de toda esta
operación, un gobernador civil con nombre y apellido: Hermenegildo Altozano
Moraleda, y con afiliación, uno de los miembros importantes del Opus Dei”. El
decreto “de los gobernadores”, de 1958, les otorgaba amplias potestades, en el
contexto del ascenso de los tecnócratas en el régimen franquista. Altozano
apenas estuvo cuatro años en su cargo, aquellos en los que se arrasó la Cava de
los gitanos.
“La Policía, la Guardia Civil, fueron casa por casa diciéndoles a los
vecinos que tenían que irse zumbando, y en cuanto salían derrumbaban las casas”,
cuenta Ricardo Pachón. Muy pocos
pudieron quedarse en Triana o en el cercano barrio de El Tardón. En el primer
momento, “los llevaron a unas cocheras enormes de tranvías que había en la
Puerta Osario, y allí, separadas por mantas colgadas del techo, se instalaron
las familias”. También fueron a parar al campo de trabajos forzados de Los
Merinales, en la carretera de Dos Hermanas, recuerda José Lérida en el
documental. La mayoría acabó dispersa en la periferia sevillana en construcción
o en localidades aledañas. Nunca volvieron a recuperar el ágora que era el
patio de los corrales.
Gitanos, flamencos y andaluces
En esa
Sevilla entregada a la especulación “echaron a mucha gente con la misma
connotación social de injusticia”, señala Pachón, “pero en el caso de
Triana, aparte de un núcleo humano perfectamente integrado, existía un centro
de arte universal del flamenco”. En la Cava de Triana vivían “gitanos
flamencos”, como define Pedro Peña a los gitanos asentados en localidades de
Sevilla y Cádiz de la Baja Andalucía, en una de las márgenes del Guadalquivir.
Allí “nacen todos los estilos fundamentales del flamenco y todos los cantaores
importantes, que son, sin excepción, de raza gitana”, afirma Ricardo Pachón,
para resaltar lo que supuso la pérdida de la gitanería de Triana. “Es triste”,
añade, “pero también es desprecio hacia el flamenco”.
Un desprecio
vigente hoy en día, tal y como denuncia Pedro Peña cuando habla de ese
“flamenco unitario que venden como si fuera fruto identitario del pueblo
andaluz” oseñala la nula presencia de la comunidad gitana en los foros
institucionales. Ricardo Pachón pone como ejemplo los congresos de flamenco
de la Consejería andaluza de Cultura: “81 expertos en flamenco, de ellos, cinco
o seis extranjeros, y ningún gitano”.
Triana pura y pura muestra el flamenco de la Cava, donde cada uno tenía
su “pataíta”, su sello personal, como El Herejía cuando baila por tangos. Donde
existía el “erotismo salvaje” de los viejos de Triana, como el de Carmen la del
Titi, rememorando las zarabandas prohibidas siglos atrás “so pena de
destierro”.
En 1983,
cuando la gitanería desterrada se reencontró en el teatro Lope de Vega,
también estuvo presente Tragapanes, el último de los Caganchos, que “hubiera
dado cuatro dedos de la mano” por regresar a Triana. En el Lope de Vega,
Tragapanes puso el contrapunto en la fiesta alegre de bulerías y tangos, con
martinetes nacidos al compás del trabajo en las fraguas. “Voy a recordar lo que
era Triana, Triana pura y pura. Lo poquito que voy a cantar me lo enseñó mi
padre. Va por ustedes”.
Un musical premiado
Triana pura y pura, dirigido por Ricardo Pachón y producido por La Zanfoña Producciones,
obtuvo a principios de noviembre de 2013 el premio al Mejor Documental Musical
en la séptima edición del Festival InEdit de Barcelona. A mediados de ese mismo
mes, recibió el premio Imagenera 2013, otorgado por el Centro de Estudios
Andaluces. La entrega, en el marco del Festival de Cine de Sevilla, tuvo lugar
en el teatro Lope de Vega, allí donde en 1983 se había reencontrado la
gitanería de Triana después de su expulsión.
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