De la desesperanza a la pasión por Dios. El camino a Emaús
Predicación de José David Amado. 12/04/2015. Iglesia de San Basilio, Sevilla.
Antes de la meditación me gustaría hacer un ejercicio didáctico al objeto de encuadrar correctamente el texto que nos ha llegado de Lucas.
Antes de la meditación me gustaría hacer un ejercicio didáctico al objeto de encuadrar correctamente el texto que nos ha llegado de Lucas.
El Evangelio según San
Lucas es uno de los tres Evangelios, llamados Sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas), escrito entre el año 70 y 80.
Lucas es
muy probablemente, el médico sirio que cita Pablo, y que lo acompañó en su
viaje a Roma.
No es testigo presencial de lo que narra en su
evangelio, y lo escribió conjuntamente con los Hechos de los Apóstoles que
primitivamente formaban una obra única.
Posteriormente se decidió separarlos ya que la
primera parte de sus escritos narran las vivencias de los primeros treinta y
tres años, y utiliza para ello el 70% del material de Marcos, además de fuentes
exclusivas, como probablemente las de la María, la madre de Jesús, y otros
escritos, llamados Fuente L, la más antigua, por la que relata su infancia.
También usa de las tradiciones orales, de “los logia” o “logia Iesus”, que se traduce por (Los Dichos de Jesús),
y de la Fuente Q, conjunto de escritos de entre los años 40 y 50 de nuestra
era.
- ¿Qué
pláticas son estas que tenéis entre vosotros mientras camináis, y por qué estáis
tristes?
La lectura de Marcos del día de hoy, muy conocida
por todos, “El Camino a Emaús” nos relata los sucesos del domingo siguiente a
la crucifixión de nuestro Señor, primer día, digamos laboral, de la semana
judía.
Ya habían pasado varios días desde la muerte del
que hasta entonces había sido su líder. Días muy duros que habían supuesto
muchas emociones, casi todas ellas negativas para las expectativas de todos.
¿Nos podemos hacer una idea de cuáles eras esas
expectativas?
Una de las cualidades humanas es la de querer
conquistar las metas propuestas. Quizá muchos de los que siguieron a Jesús de
Nazaret, independientemente de haberlo escuchado y creído, tenían ilusiones por
su futuro, por el futuro de su pueblo, y quizá está muerte anunciada, no era ni
muchísimo menos esperada, o por lo menos en esos momentos.
Pero en esta área, en cuanto al Plan de Dios, en
muchas ocasiones esa cualidad llega a suponer un lastre. Y es precisamente
cuando esa expectativa, en principio cualidad bienpensada, llega a transformarse
incluso en algo contrario a la Voluntad del Padre. Es cuando pensamos y
queremos hacer las cosas sin tenerlo en cuenta.
En esos momentos remamos en dirección opuesta.
Cuando esto sucede, es precisamente cuando no se cumplen nuestras expectativas,
cuando nos desmoralizamos, y suponemos que Dios no está con nosotros.
¡Qué fácil es admitir de una forma teórica todas
las palabras del Maestro, y qué difícil es aplicarlas en nuestra vida!
Y aquí lo vemos, lejos que la muerte del Señor
representara una victoria, supuso para algunos o muchos una derrota. Y lo
podemos comprobar directamente de discípulos muy próximos a Jesús.
Según el Evangelio de Juan 19:25 “Estaban
junto a la cruz de Jesús su madre, y la hermana de su madre, María mujer de
Cleofás, y María Magdalena”
Os ruego que guardéis este versículo en mente. Y
continúa el Evangelio de hoy:
- “Respondiendo uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le dijo: ¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no has sabido las cosas que en ella han acontecido en estos días? Entonces él les dijo: ¿Qué cosas? Y ellos le dijeron: De Jesús Nazareno, que fue varón profeta, poderoso en obra y en palabra delante de Dios y de todo el pueblo; y cómo le entregaron los principales sacerdotes y nuestros gobernantes a sentencia de muerte, y le crucificaron.
Así que según Juan, Cleofás
era tío de nuestro Señor, y sus hijos - Santiago, José
Barsabás, Simón
el Zelote y Judas Tadeo -, primos
de Jesús, eran parte de sus discípulos. Además, Cleofás, también era primo
hermano de José, padre de Jesús.
Ese mismo Cleofás, íntimo y cercano al círculo de
Jesús, según el texto de Lucas, es uno de los que iban en ese camino hacia
Emaús, población cercana a Jerusalén, y el mismo que le respondió a Su
pregunta:
¿Cuántas veces en nuestras vidas, al creer perder
el punto de una referencia, hemos abandonado la persistencia en alcanzar tal o
cual meta?
Y aún más importante, la figura de ese punto de
referencia, sobre todo en política y en otras situaciones.
¿Cuántas veces en nuestra vida, al comprobar la
decadencia del líder o punto de referencia, hemos caído en el abatimiento, en
la desidia, e incluso en el abandono?
En este caso el propio Cleofás, del entorno
directo e incluso familiar de Jesús, lo califica de “Varón Profeta”, lo cual
genera otra pregunta:
¿Es que ni siquiera algunos o muchos de sus
seguidores supieron o aceptaron que Jesús era el Mesías?
Muchos también hoy en día, están convencidos que
Jesús solo fue eso, un “Varón Profeta”, y si esto no fuera así, supongo que
todo aquello que escuchó Cleofás de la misma boca del Maestro, con su muerte y
la pérdida de ese punto de referencia, hizo que en ese mismo momento en el que
habla con el desconocido del camino, lo rebajara en sus pasadas expectativas al
título antes mencionado.
Ya prediqué hace años
sobre este mismo tema, pero con otra perspectiva distinta, y siempre que me
acerco a esta narración me lleno de asombro, por la faceta netamente humana,
pero a la vez impregnada de esperanza, porque vemos al mismo Jesús obrar.
Lo he estudiado desde la
óptica pedagógica de Jesús, desde la óptica de la propia Semana Santa….
Pero hoy me propongo ponerme en los pies de esos viajeros, en ese camino a Emaús, al objeto que todos nosotros podamos también identificarnos, cada uno en su medida, con ese transitar en esa dirección hacia Emaús.
Pero hoy me propongo ponerme en los pies de esos viajeros, en ese camino a Emaús, al objeto que todos nosotros podamos también identificarnos, cada uno en su medida, con ese transitar en esa dirección hacia Emaús.
- ¿Qué
pláticas son estas que tenéis entre vosotros mientras camináis, y por qué
estáis tristes?
El mismo Jesús, no sabemos
si asombrándose de la escena que estaba presenciando, o comprendiendo las
limitaciones de sus compañeros de viaje, les exhorta finalmente de la necesidad
de recuperar el fuego en nuestro corazón por Cristo, su Palabra y su misión.
¿Cómo se cambia de la
frialdad al fuego espiritual?
¿Cómo regresamos del
camino de la desilusión al de la esperanza?
Son preguntas
fundamentales que se plantean a partir del estudio de este pasaje. Y es obvio
que este mensaje es bastante pertinente hoy en la iglesia en España, en Europa,
y por qué no, en todo el mundo.
Nos topamos muy
frecuentemente con un alto grado de abatimiento, de cansancio, y desilusión.
Muchos creyentes se
encuentran en la posición de Cleofás, necesitan de una “resurrección legítima”,
de un “mensaje fresco”, y de su Señor. Mientras otros se siguen alejando por el
camino a su Emaús particular.
¿Y por qué lo hacen?
Porque ese mensaje para
ellos ya no representa un aliento de frescura o de esperanza, y tal y como
pensaban Cleofás y su compañero de viaje, les parece que Jesús ya ha
desaparecido de Jerusalén.
Ellos lo percibieron de
esa forma, y por eso caminan hacia lo normal y lo cotidiano, hacia un lugar
específico carnal, mundano, que es lo que realmente está detrás de sus
expectativas.
Ya el mensaje de una
futura Jerusalén celestial ha dejado de ser una ilusión, una meta a conseguir.
¿Y cómo ha sucedido esto?
Pues ha sucedido, porque ese
líder amado y deseado que creíamos que iba a dar solución a nuestras
necesidades, a nuestras expectativas…, ese punto de referencia, ese
convencimiento…, ya ha desaparecido… ¡Ha Muerto!
¿Cómo podemos pasar de un
cristianismo cotidiano, apocado, a veces indiferente, a un cristianismo
ardiente?
Al final del texto de hoy
lo reconocen ambos personajes que se alejaban de su Señor:
- “¿No ardía nuestro corazón en
nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las
Escrituras?”
Este mensaje es para
aquellos que están cansados de lo mismo, de lo rutinario, de lo cotidiano de su
vida, y que se han ido alejando por el camino, porque ya no tienen en su agenda
a un Cristo vivo.
Pero es también para los
que se cansaron de jugar a la religión, y hoy pretenden seguir al verdadero
Jesucristo, ya no como un “forastero” o un “extraño”, sino como el mismo Jesús
resucitado, que despierta un fuego intenso en nuestro corazón, capaz de
hacernos caminar y de llevar el mensaje a pesar del cansancio y del peligro,
que como a los personajes de la Escritura, representó regresar a Jerusalén
desde Emaús, en la misma noche que Jesús les abrió el corazón.
Lucas se ocupa en este
texto de lo profundo de la fe cristiana, la victoria de Jesús sobre el pecado y
la muerte, y explicando aquello que los ángeles comunicaron a las mujeres que
fueron al sepulcro: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No
está aquí, ha resucitado”
El tercer día de haber
muerto nuestro Señor, en plena Pascua Judía, es el mismo día en que encuentran
el sepulcro vacío y reciben la noticia de la resurrección de Jesús, y es el
mismo día que se narra este suceso. Por lo que Emaús tiene un profundo
significado.
Dos discípulos de Jesús se
dirigen desde Jerusalén hacia a Emaús situada a unos 12 kilómetros de la
capital.
¿Qué están haciendo?
Se distancian de Jesucristo
muerto y resucitado en Jerusalén, y
de los hermanos que allí se reúnen a bendecir a Dios y a esperar…
Alejarse de Jerusalén, por
tanto, es abandonar la legítima fe en el Señor, y negarse a recibir del
Espíritu.
Esa Jerusalén
representa el ámbito teológico de
nuestro encuentro con Jesucristo vivo, razón de la esperanza,
fuente de inteligencia espiritual y fuerza para el testimonio.
Mientras que ese Emaús, en
cambio, representa, según el relato de Lucas, lo cotidiano, lo de antes y lo de
siempre, es decir, la muerte de la ilusión que Jesús había sembrado en
ellos, el sin sentido,
refugio de la desesperanza por la lejanía con el Resucitado y su comunidad.
Allí, en Emaús, sólo es
posible la tristeza y el vacío por la falta de fe en la obra de Dios por su
Mesías.
Hacer el camino de
Jerusalén a Emaús es deshacer el itinerario divino, hundiéndose en la derrota
al creer que Dios no pudo vencer el pecado y la muerte.
Pero siempre hay un
espacio reservado por Dios para la esperanza, para el perdón, para regresar a
Él. ¡Gloria a Dios!
En el camino a Emaús,
Jesús invita a sus dos discípulos, que no lo reconocen, a rehacer el itinerario divino gracias al
cual comprenderán el plan salvador del Padre llevado a cabo por su Ungido.
Aquellos decepcionados de
Emaús, que representan a todos los decepcionados de Cristo y de su Iglesia de
todos los tiempos, siempre se repiten en el mismo esquema.
Primero, su profunda
decepción, es el encuentro con la cruz y con el sufrimiento que no han
digerido.
Y al vivir atragantados,
se repiten como el ajo más
fuerte, y sin seguir creciendo, repiten sin cesar las misma
palabras que todos los decepcionados:
¡Nosotros
esperábamos…!
¿Esperaban algo distinto
de Cristo, o de la Iglesia…?
Estoy convencido que todos
esos decepcionados de Cristo se instalan en la queja personal, porque así
siempre tienen motivos para no hacer nada.
En el fondo, decepcionado se vive más cómodo;
y puede que se instalen en el corazón farisaico que todos llevamos dentro,
echando en cara a los otros lo que nosotros no tenemos, no vivimos…
Pero es increíble cómo
Jesús busca a los que huyen de Él. Sale al encuentro de los que no quieren
encontrarse con nadie. Les ayuda a salir de sus decepciones demasiado humanas…
Al ¡Nosotros esperábamos…! Jesús
les responde que era necesario todo
lo sucedido.
Ese
¡Era necesario…! Significa lo
que nos recuerda Pablo en Romanos 8:
“Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las
cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son
llamados…!
Cristo resucitado es la
respuesta a todas nuestras decepciones.
Solamente se curarán de
sus decepciones cuando hablen tranquilamente con el Señor, en una profunda vida
interior.
Mirar a Jesús Resucitado
hace que el Espíritu Santo restalle todas nuestras amarguras.
Cristo vivo y resucitado,
es el antídoto contra todos nuestros desánimos y decepciones.
Ojalá que “Mi Emaús”
cotidiano nazca con la esperanza de cruzarme con Él, cada día en el camino.
Es complicado, pero es
necesario abrir, no solo las puertas, sino también las ventanas, todo nuestro
corazón.
Para los discípulos de
Emaús ese camino era un camino real, para mí hoy representa un camino personal
y de encuentro conmigo mismo, con los demás, pero sobre todo con Jesús.
Los dos discípulos que
caminaban a Emaús arrastraban sus sandalias en el polvo, la tristeza se
dibujaba en sus rostros mientras se preguntaban:
¿Qué clase de Dios es ese,
que nos ha dejado aquí solos, sin esperanza…?
Yo, hoy, no les puedo
culpar a ellos, porque muchas veces yo también he caminado rumbo a ese Emaús,
con mis pies arrastrándose, mi mirada perdiéndose en el vacío, y en mi estado
no me he percatado de la presencia del Señor a mi lado.
En ese camino me he
encontrado muy a menudo, carente de fe y de visión. Los discípulos de
Emaús, quizá esperaban un reino terrenal y perdieron de vista el reino
espiritual.
¿Soy yo diferente a los
viajeros cargados y tristes de Emaús?
¡No! Hoy sigo necesitando
aprender a esperar en las promesas de Dios.
El Señor pacientemente
habló con ellos y no les reveló su identidad hasta que llegaron a la casa, y
allí sentado con ellos en la mesa, tomó el pan y cuando lo partió sus ojos se
abrieron.
Si, muchas veces cuando
voy camino a Emaús, el Señor camina a mi lado y no se me revela sino hasta
cuando llego a mi destino.
Hoy quiero quedarme a los
pies del Maestro y aprender a confiar en su amor.
Este año, nuevamente hemos
recordado la pasión, la entrega y la muerte de nuestro Señor, y esto, como a
los caminantes a Emaús, quizá suponga en nosotros debilidad, temor,
incertidumbre, tristeza…
Pero ahora, hoy,
recordamos Su Resurrección. Este es el día para ver brillar el sol por encima
de nuestras dudas y temores.
Y desde este momento hasta
el final de nuestros días, debemos levantar nuestra mirada al infinito mientras
decimos orando:
Gracias Señor porque eres
todo para mí. Gracias por tomar mi vida y enseñarme tus verdades. Gracias
porque el camino a Emaús, aunque me trae dudas y desesperanzas, estoy seguro de
tu eterna compañía que me arroja luz y gozo.
Mi vida está en tus manos,
y confieso que está muy segura.
Señor clarifica mi visión
para poder ver más allá de lo que mis ojos naturales ven. Quiero ver tu
propósito en mi vida y aún cuando no esté seguro de ello, quiero caminar por fe
tomándote de la mano e ir contigo.
Tu presencia me llena de
luz y de esperanza ahora y siempre.
¡Bendito seas, por los siglos de los siglos, Amén!
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