De la desesperanza a la pasión por Dios. El camino a Emaús

El camino a Emaús
LECTURAS: Salmo, 42   -  Santiago,3:1/12  -  Lucas, 24:13/35

Predicación de José David Amado. 12/04/2015. Iglesia de San Basilio, Sevilla.

Antes de la meditación me gustaría hacer un ejercicio didáctico al objeto de encuadrar correctamente el texto que nos ha llegado de Lucas.

El Evangelio según San Lucas es uno de los tres Evangelios, llamados Sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas), escrito entre el año 70 y 80.

Lucas es muy probablemente, el médico sirio que cita Pablo, y que lo acompañó en su viaje a Roma.

No es testigo presencial de lo que narra en su evangelio, y lo escribió conjuntamente con los Hechos de los Apóstoles que primitivamente formaban una obra única.

Posteriormente se decidió separarlos ya que la primera parte de sus escritos narran las vivencias de los primeros treinta y tres años, y utiliza para ello el 70% del material de Marcos, además de fuentes exclusivas, como probablemente las de la María, la madre de Jesús, y otros escritos, llamados Fuente L, la más antigua, por la que relata su infancia.

También usa de las tradiciones orales, de “los logia” o “logia Iesus”, que se traduce por (Los Dichos de Jesús), y de la Fuente Q, conjunto de escritos de entre los años 40 y 50 de nuestra era.

  • ¿Qué pláticas son estas que tenéis entre vosotros mientras camináis, y por qué estáis tristes?
La lectura de Marcos del día de hoy, muy conocida por todos, “El Camino a Emaús” nos relata los sucesos del domingo siguiente a la crucifixión de nuestro Señor, primer día, digamos laboral, de la semana judía.

Ya habían pasado varios días desde la muerte del que hasta entonces había sido su líder. Días muy duros que habían supuesto muchas emociones, casi todas ellas negativas para las expectativas de todos.

¿Nos podemos hacer una idea de cuáles eras esas expectativas?

Una de las cualidades humanas es la de querer conquistar las metas propuestas. Quizá muchos de los que siguieron a Jesús de Nazaret, independientemente de haberlo escuchado y creído, tenían ilusiones por su futuro, por el futuro de su pueblo, y quizá está muerte anunciada, no era ni muchísimo menos esperada, o por lo menos en esos momentos.

Pero en esta área, en cuanto al Plan de Dios, en muchas ocasiones esa cualidad llega a suponer un lastre. Y es precisamente cuando esa expectativa, en principio cualidad bienpensada, llega a transformarse incluso en algo contrario a la Voluntad del Padre. Es cuando pensamos y queremos hacer las cosas sin tenerlo en cuenta.
En esos momentos remamos en dirección opuesta. Cuando esto sucede, es precisamente cuando no se cumplen nuestras expectativas, cuando nos desmoralizamos, y suponemos que Dios no está con nosotros.

¡Qué fácil es admitir de una forma teórica todas las palabras del Maestro, y qué difícil es aplicarlas en nuestra vida!

Y aquí lo vemos, lejos que la muerte del Señor representara una victoria, supuso para algunos o muchos una derrota. Y lo podemos comprobar directamente de discípulos muy próximos a Jesús.

Según el Evangelio de Juan 19:25 “Estaban junto a la cruz de Jesús su madre, y la hermana de su madre, María mujer de Cleofás, y María Magdalena”

Os ruego que guardéis este versículo en mente. Y continúa el Evangelio de hoy:

  • Respondiendo uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le dijo: ¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no has sabido las cosas que en ella han acontecido en estos días? Entonces él les dijo: ¿Qué cosas? Y ellos le dijeron: De Jesús Nazareno, que fue varón profeta, poderoso en obra y en palabra delante de Dios y de todo el pueblo; y cómo le entregaron los principales sacerdotes y nuestros gobernantes a sentencia de muerte, y le crucificaron.
Así que según Juan, Cleofás era tío de nuestro Señor, y sus hijos - Santiago, José Barsabás, Simón el Zelote y Judas Tadeo -,  primos de Jesús, eran parte de sus discípulos. Además, Cleofás, también era primo hermano de José, padre de Jesús.

Ese mismo Cleofás, íntimo y cercano al círculo de Jesús, según el texto de Lucas, es uno de los que iban en ese camino hacia Emaús, población cercana a Jerusalén, y el mismo que le respondió a Su pregunta:
¿Cuántas veces en nuestras vidas, al creer perder el punto de una referencia, hemos abandonado la persistencia en alcanzar tal o cual meta?

Y aún más importante, la figura de ese punto de referencia, sobre todo en política y en otras situaciones.
¿Cuántas veces en nuestra vida, al comprobar la decadencia del líder o punto de referencia, hemos caído en el abatimiento, en la desidia, e incluso en el abandono?

En este caso el propio Cleofás, del entorno directo e incluso familiar de Jesús, lo califica de “Varón Profeta”, lo cual genera otra pregunta:

¿Es que ni siquiera algunos o muchos de sus seguidores supieron o aceptaron que Jesús era el Mesías?

Muchos también hoy en día, están convencidos que Jesús solo fue eso, un “Varón Profeta”, y si esto no fuera así, supongo que todo aquello que escuchó Cleofás de la misma boca del Maestro, con su muerte y la pérdida de ese punto de referencia, hizo que en ese mismo momento en el que habla con el desconocido del camino, lo rebajara en sus pasadas expectativas al título antes mencionado.

Ya prediqué hace años sobre este mismo tema, pero con otra perspectiva distinta, y siempre que me acerco a esta narración me lleno de asombro, por la faceta netamente humana, pero a la vez impregnada de esperanza, porque vemos al mismo Jesús obrar.

Lo he estudiado desde la óptica pedagógica de Jesús, desde la óptica de la propia Semana Santa…. 

Pero hoy me propongo ponerme en los pies de esos viajeros, en ese camino a Emaús, al objeto que  todos nosotros podamos también identificarnos, cada uno en su medida, con ese transitar en esa dirección hacia Emaús.

  • ¿Qué pláticas son estas que tenéis entre vosotros mientras camináis, y por qué estáis tristes?
El mismo Jesús, no sabemos si asombrándose de la escena que estaba presenciando, o comprendiendo las limitaciones de sus compañeros de viaje, les exhorta finalmente de la necesidad de recuperar el fuego en nuestro corazón por Cristo, su Palabra y su misión.

¿Cómo se cambia de la frialdad al fuego espiritual?

¿Cómo regresamos del camino de la desilusión al de la esperanza?

Son preguntas fundamentales que se plantean a partir del estudio de este pasaje. Y es obvio que este mensaje es bastante pertinente hoy en la iglesia en España, en Europa, y por qué no, en todo el mundo.

Nos topamos muy frecuentemente con un alto grado de abatimiento, de cansancio,  y desilusión.

Muchos creyentes se encuentran en la posición de Cleofás, necesitan de una “resurrección legítima”, de un “mensaje fresco”, y de su Señor. Mientras otros se siguen alejando por el camino a su Emaús particular.

¿Y por qué lo hacen?

Porque ese mensaje para ellos ya no representa un aliento de frescura o de esperanza, y tal y como pensaban Cleofás y su compañero de viaje, les parece que Jesús ya ha desaparecido de Jerusalén.

Ellos lo percibieron de esa forma, y por eso caminan hacia lo normal y lo cotidiano, hacia un lugar específico carnal, mundano, que es lo que realmente está detrás de sus expectativas.

Ya el mensaje de una futura Jerusalén celestial ha dejado de ser una ilusión, una meta a conseguir.
¿Y cómo ha sucedido esto?

Pues ha sucedido, porque ese líder amado y deseado que creíamos que iba a dar solución a nuestras necesidades, a nuestras expectativas…, ese punto de referencia, ese convencimiento…, ya ha desaparecido… ¡Ha Muerto!

¿Cómo podemos pasar de un cristianismo cotidiano, apocado, a veces indiferente, a un cristianismo ardiente?

Al final del texto de hoy lo reconocen ambos personajes que se alejaban de su Señor:

  •  “¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras?”
Este mensaje es para aquellos que están cansados de lo mismo, de lo rutinario, de lo cotidiano de su vida, y que se han ido alejando por el camino, porque ya no tienen en su agenda a un Cristo vivo.

Pero es también para los que se cansaron de jugar a la religión, y hoy pretenden seguir al verdadero Jesucristo, ya no como un “forastero” o un “extraño”, sino como el mismo Jesús resucitado, que despierta un fuego intenso en nuestro corazón, capaz de hacernos caminar y de llevar el mensaje a pesar del cansancio y del peligro, que como a los personajes de la Escritura, representó regresar a Jerusalén desde Emaús, en la misma noche que Jesús les abrió el corazón.

Lucas se ocupa en este texto de lo profundo de la fe cristiana, la victoria de Jesús sobre el pecado y la muerte, y explicando aquello que los ángeles comunicaron a las mujeres que fueron al sepulcro: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado”

El tercer día de haber muerto nuestro Señor, en plena Pascua Judía, es el mismo día en que encuentran el sepulcro vacío y reciben la noticia de la resurrección de Jesús, y es el mismo día que se narra este suceso. Por lo que Emaús tiene un profundo significado.

Dos discípulos de Jesús se dirigen desde Jerusalén hacia a Emaús situada a unos 12 kilómetros de la capital.
¿Qué están haciendo?

Se distancian de Jesucristo muerto y resucitado en Jerusalén, y de los hermanos que allí se reúnen a bendecir a Dios y a esperar…

Alejarse de Jerusalén, por tanto, es abandonar la legítima fe en el Señor, y negarse a recibir del Espíritu.

Esa Jerusalén representa el ámbito teológico de nuestro encuentro con Jesucristo vivo, razón de la esperanza, fuente de inteligencia espiritual y fuerza para el testimonio.

Mientras que ese Emaús, en cambio, representa, según el relato de Lucas, lo cotidiano, lo de antes y lo de siempre, es decir, la muerte de la ilusión que Jesús había sembrado en ellos, el sin sentido, refugio de la desesperanza por la lejanía con el Resucitado y su comunidad.

Allí, en Emaús, sólo es posible la tristeza y el vacío por la falta de fe en la obra de Dios por su Mesías.

Hacer el camino de Jerusalén a Emaús es deshacer el itinerario divino, hundiéndose en la derrota al creer que Dios no pudo vencer el pecado y la muerte.

Pero siempre hay un espacio reservado por Dios para la esperanza, para el perdón, para regresar a Él. ¡Gloria a Dios!

En el camino a Emaús, Jesús invita a sus dos discípulos, que no lo reconocen, a rehacer el itinerario divino  gracias al cual comprenderán el plan salvador del Padre llevado a cabo por su Ungido.

Aquellos decepcionados de Emaús, que representan a todos los decepcionados de Cristo y de su Iglesia de todos los tiempos, siempre se repiten en el mismo esquema.

Primero, su profunda decepción, es el encuentro con la cruz y con el sufrimiento que no han digerido.

Y al vivir atragantados, se repiten como el ajo más fuerte, y sin seguir creciendo, repiten sin cesar las misma palabras que todos los decepcionados: 

¡Nosotros esperábamos…!

¿Esperaban algo distinto de Cristo, o de la Iglesia…?

Estoy convencido que todos esos decepcionados de Cristo se instalan en la queja personal, porque así siempre tienen motivos para no hacer nada. 

En el fondo, decepcionado se vive más cómodo; y puede que se instalen en el corazón farisaico que todos llevamos dentro, echando en cara a los otros lo que nosotros no tenemos, no vivimos…

Pero es increíble cómo Jesús busca a los que huyen de Él. Sale al encuentro de los que no quieren encontrarse con nadie. Les ayuda a salir de sus decepciones demasiado humanas…

Al ¡Nosotros esperábamos…!  Jesús les responde que era necesario todo lo sucedido. 
Ese ¡Era necesario…! Significa lo que nos recuerda  Pablo en Romanos 8:

Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados…!

Cristo resucitado es la respuesta a todas nuestras decepciones.

Solamente se curarán de sus decepciones cuando hablen tranquilamente con el Señor, en una profunda vida interior.

Mirar a Jesús Resucitado hace que el Espíritu Santo restalle todas nuestras amarguras.

Cristo vivo y resucitado, es el antídoto contra todos nuestros desánimos y decepciones. 

Ojalá que “Mi Emaús” cotidiano nazca con la esperanza de cruzarme con Él, cada día en el camino.

Es complicado, pero es necesario abrir, no solo las puertas, sino también las ventanas, todo nuestro corazón.

Para los discípulos de Emaús ese camino era un camino real, para mí hoy representa un camino personal y de encuentro conmigo mismo, con los demás, pero sobre todo con Jesús.

Los dos discípulos que caminaban a Emaús arrastraban sus sandalias en el polvo, la tristeza se dibujaba en sus rostros mientras se preguntaban:

¿Qué clase de Dios es ese, que nos ha dejado aquí solos, sin esperanza…?

Yo, hoy, no les puedo culpar a ellos, porque muchas veces yo también he caminado rumbo a ese Emaús, con mis pies arrastrándose, mi mirada perdiéndose en el vacío, y en mi estado no me he percatado de la presencia del Señor a mi lado.

En ese camino me he encontrado muy a menudo, carente de fe y de visión. Los discípulos de Emaús, quizá esperaban un reino terrenal y perdieron de vista el reino espiritual.

¿Soy yo diferente a los viajeros cargados y tristes de Emaús? 

¡No! Hoy sigo necesitando aprender a esperar en las promesas de Dios.

El Señor pacientemente habló con ellos y no les reveló su identidad hasta que llegaron a la casa, y allí sentado con ellos en la mesa, tomó el pan y cuando lo partió sus ojos se abrieron. 

Si, muchas veces cuando voy camino a Emaús, el Señor camina a mi lado y no se me revela sino hasta cuando llego a mi destino.

Hoy quiero quedarme a los pies del Maestro y aprender a confiar en su amor.

Este año, nuevamente hemos recordado la pasión, la entrega y la muerte de nuestro Señor, y esto, como a los caminantes a Emaús, quizá suponga en nosotros debilidad, temor, incertidumbre, tristeza…

Pero ahora, hoy, recordamos Su Resurrección. Este es el día para ver brillar el sol por encima de nuestras dudas y temores.

Y desde este momento hasta el final de nuestros días, debemos levantar nuestra mirada al infinito mientras decimos orando:

Gracias Señor porque eres todo para mí. Gracias por tomar mi vida y enseñarme tus verdades. Gracias porque el camino a Emaús, aunque me trae dudas y desesperanzas, estoy seguro de tu eterna compañía que me arroja luz y gozo.

Mi vida está en tus manos, y confieso que está muy segura.

Señor clarifica mi visión para poder ver más allá de lo que mis ojos naturales ven.  Quiero ver tu propósito en mi vida y aún cuando no esté seguro de ello, quiero caminar por fe tomándote de la mano e ir contigo.

Tu presencia me llena de luz y de esperanza ahora y siempre. 

¡Bendito seas, por los siglos de los siglos, Amén!

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