El perdón inefable

LECTURAS BÍBLICAS

Después de la muerte y resurrección de nuestro Señor, los primeros cristianos seguían considerándose a sí mismos parte del pueblo judío, oraban en las sinagogas y respetaban la Torá. En Mateo 5:17 el mismo Jesús dice en el Sermón del Monte: “No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir”

Todo esto ocurriría hasta que en el primer Concilio de Jerusalén, narrado en el capítulo 15 del libro Hechos de los Apóstoles. Resumiendo la cuestión, se decía que los gentiles que abrazaban a Cristo no estaban obligados a cumplir toda la Torá dada al pueblo de Israel. Por ejemplo los cristianos de origen gentil (no circuncidados) no estaban obligados a circuncidarse o guardar el Shabat, así como otras costumbres anteriores a Cristo. Por eso, a partir de este momento, el cristianismo empieza a separarse gradualmente del judaísmo.

En este sentido el Padre Nuestro fue fundamental. Al separarse del judaísmo, los cristianos tuvieron que ir adquiriendo una identidad propia, y al ser el principal rasgo de la espiritualidad judía la oración, los cristianos, ya fueran Judíos como Gentiles, tenían que adoptar la suya propia, y sus propios rasgos, para no ser considerados una secta del judaísmo.

La tradición cristiana, desde temprano, lo incorporó a la rutina eclesiástica, y pronto la oración del Padre Nuestro, pasaría a ser el rasgo principal que diferenciaría al pueblo “nuevo” del “viejo”, a los cristianos, de los judíos.

Así que históricamente, dentro del cristianismo, el Padre Nuestro es una de las oraciones más aprendidas en el mundo. Es la oración que desde el principio del cristianismo, definió a los seguidores de Cristo, y que nos define hoy a nosotros.

Desde pequeños lo recitamos, lo hemos aprendido de memoria, y figura incluido en nuestra liturgia. En definitiva es una de las oraciones más ampliamente difundidas. Pero en el contexto en el que Jesús expone esta oración, expuesta en la lectura de hoy en Mateo 6, es dicha en tono de reproche hacia aquellos, tanto judíos como gentiles y prosélitos, que han llegado a convertir la oración, como la limosna y otras costumbres, en un hábito meramente externo, vaciándola de cualquier contenido espiritual.
Jesús recomienda orar en secreto y con sencillez, y les ofrece el Padre Nuestro como ejemplo de oración sencilla para dirigirse al Padre.

Hoy nos vamos a centrar en la cuestión, que en mi opinión es una de las más importantes de esta oración, porque tiene que ver con el perdón de mis pecados y el perdón a los demás. Por un lado, tiene que ver con los pecados personales, y por otra parte, porque hay un llamamiento a perdonar a otros, si queremos que Dios también nos perdone.
Todos tenemos deudas que pagar, que incluyen: tarjetas de crédito, préstamos, hipotecas, coches, escuelas, universidad, seguros, gastos médicos…, y un largo etcétera.
La situación de la economía actual ha llegado a ser tan difícil, que algunas familias han tenido declararse en “suspensión de pagos” Y esto es así porque de ninguna de las maneras pueden pagar lo que deben. En esta sociedad de alto consumo y de enormes demandas parece ser que es muy difícil mantener una suficiente solvencia para hacer frente a las deudas.

Si esto es en el plano humano y terrenal, imaginemos la enorme deuda que tenemos para con Dios.

En la oración que históricamente ha definido a Su Pueblo, Jesús dijo: “Perdónanos nuestras deudas…”

En esta oración hay dos palabras en plural que nos habla a todos nosotros, “Perdónanos”, y no solo de una, sino de muchas “deudas”

Y “deudas” Y si hacemos lista de las que tenemos con Dios, la conclusión a la que llegaremos con toda seguridad, es que a Dios le debemos todo.

Le debemos a Dios la vida que nos ha dado. Lo leemos en el Salmo 139: Porque tú formaste mis entrañas; Tú me hiciste en el vientre de mi madre”

Aún más, a Dios le debemos nuestro sustento en el transcurso de nuestra vida.
Y aún más, como hemos leído en Mateo 6, a Dios le debemos la gran deuda de nuestros pecados. Sin duda, esta es la deuda más grande. Se define “deuda” como donde hay un compromiso de devolver el pago por algo que se tomó prestado, o que se compró a crédito.

Estas serían las deudas morales o legales, en el plano terrenal, que sería lo concerniente a “…como nosotros perdonamos a nuestros deudores”

Y “Perdónanos nuestras deudas…” En esta oración que hoy analizamos van unidas las dos vertientes: las deudas morales, concernientes a nuestras obligaciones terrenales, y las espirituales, concernientes a Dios.

Sobre la primera vertiente, o sea, con nuestras deudas terrenales, somos totalmente conscientes de lo que debemos a los demás, y debemos ser puntuales con el pago de las mismas, ya que si no es así, pronto nos llegarían los famosos “Avisos de Pago” o las demandas judiciales.

Y en el mismo sentido, debemos ser conscientes que con Dios también somos deudores, porque hemos pecado, por cuanto le hemos ofendido.

Romanos 2:23  "Por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios"
Y también lo dijo Salomón, en Eclesiastés 7:20: Ciertamente no hay hombre justo en la tierra, que haga el bien y nunca peque...”

Y también el profeta Isaías, en el capítulo 1, versículo 6: “Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga…”
El pecado es como una enfermedad degenerativa que va invadiendo todo nuestro ser y se ha convertido en la gran deuda que tenemos con Dios. Hay una obligación con Dios que necesita ser saldada. Y Dios es el único capaz y con la suficiente solvencia para pagar por nosotros la deuda que tenemos con Él.

Y aquí viene la buena noticia, Dios cancela en todo momento la deuda que tenemos con Él. Su Gracia es nuestro mejor “crédito”.

¿Qué significa el perdón de la deuda? “Perdónanos nuestras deudas…”, es: "descartar, limpiar, quitar". De esta manera, la palabra “perdonar” significa hacer borrón y cuenta nueva, cancelar toda la deuda.

Así que recibir el perdón de los pecados es la única garantía por la que nos hace Sus hijos, con el glorioso resultado del regalo de la vida eterna.

El perdón se logra por medio de la justificación que Dios hace al pecador arrepentido. En este sentido, hay un perdón que es permanente por los pecados pasados y presentes en el momento en que estos son confesados. Esto es la garantía que nuestra salvación no se pierde.

Pero a la vez hay un perdón temporal. Todos los días de nuestro futuro nos enfrentaremos a pecados que iremos cometiendo contra nuestro Dios. Esta es la razón por la que deberemos orar siempre: “Perdónanos nuestras deudas...”.

¿Quién perdona nuestras deudas? He aquí la pregunta más importante de esta oración. ¿Recordáis cuando a Jesús le fue presentado el paralitico, bajado por el techo de una casa?, le animó diciendo que sus pecados le eran perdonados. Por supuesto, semejante declaración provocó la ira de los escribas y fariseos, que llegaron a decir que estaba blasfemando, pues solo Dios podía perdonar pecados.

Como Jesús conocía las intenciones del corazón de ellos, les contestó con esta pregunta: “Porque, ¿qué es más fácil, decir: Los pecados te son perdonados, o decir: Levántate y anda?”

Cualquiera de las dos cosas era imposible para los hombres. Pero Jesús al final les dijo que él tenía autoridad para perdonar pecados y levantar al mismo tiempo al hombre caído.

Hay uno solo que puede perdonar a los hombres sus pecados, su nombre es Jesús. Esta fue la razón de su sacrificio. Esta es la más grande demostración de amor de parte de Dios para con el hombre pecador: Juan, 3:16 Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” y Romanos, 5:8: Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”

Nosotros tenemos un himno que dice: “¿Qué me puede dar perdón? Solo de Jesús la sangre…”, del que al final de esta meditación pondré el vídeo.

Sí, es la sangre del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Nuestras deudas han sido canceladas en la cruz del calvario.

Por otro lado, ¿quiénes son nuestros deudores? Una es mi deuda de todos mis pecados con Dios, y otra es la deuda de las ofensas que haya tenido hacia algún hermano.

Esto tiene que ver con aquellos a quienes yo he ofendido o me han ofendido. Son aquellos hermanos a quienes consciente o inconscientemente yo los he etiquetado y ya no forman parte de mis seres amados, a quienes debo amar en el Señor.

La Biblia es muy seria en el asunto de mis relaciones con los hermanos. Romanos 13:8: “No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros; porque el que ama a su prójimo, ha cumplido la ley

¿Cómo pago esta deuda? Pues amando a mi hermano, para que de esta manera cumpla la ley de Dios.

¿Cuál es la demanda del perdón? Una de las palabras importantes con las que nos encontramos aquí es el “como”. Esta palabra algunas veces es un adverbio, pero en otras es una conjunción.

Pongo un ejemplo: “Es tan bella como agradable” Esta es una conjunción comparativa: “Tan bella como agradable”

O “Como también nosotros perdonamos a nuestros deudores” Esto es un adverbio condicional. Seremos perdonados en tanto en cuanto nosotros perdonemos a nuestros deudores.

Jesús nos dice enfáticamente “Padre perdona nuestras deudas, como nosotros ya hemos perdonado”. Hay aquí dos condiciones. Padre perdóname, siempre y cuando ya yo haya perdonado a mis deudores.

En la media que yo haga lo segundo, entonces te pido que tú hagas lo primero. Una traducción comprensible de este texto pudiera ser así: “Como yo he perdonado, así deseo que tú me perdones”.

¿Cuáles son las consecuencias de no perdonar? El texto nos refiere dos resultados que dependen de nuestra acción de perdonar o no perdonar.

Por un lado se nos dice que si perdono a los hombres sus ofensas, el Padre celestial hará lo mismo con las mías, versículo 13 de Mateo 6.

Pero si no perdono a mis deudores sus ofensas, el Padre tampoco hará lo mismo conmigo.
La fe cristiana se fundamenta sobre la doctrina del perdón. Yo no puedo esperar de Dios aquello que no estoy dispuesto a otorgar a otros. La deuda que tengo con mi Dios siempre será más grande que la que tengo con mi hermano. El perdón implica que hay una deuda que pagar.

En ocasiones se puede dar que no perdonamos porque pensamos que el otro debiera pagar un poco por lo que me hizo. Quisiéramos eso. A veces es posible que hasta oremos para que el Señor humille al ofensor, en lugar de perdonarlo nosotros. Hermanos, hay consecuencias muy serias cuando no perdono de corazón, tal y como nos dice Jesús en el Versículo 15 de Mateo 6: más si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas”, o muy parecido en Mateo, 18:35: Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas”

Después que Jesús explicó la forma en la que debemos perdonar al hermano, donde dio instrucciones de ir primero con la persona, buscar dos o tres testigos, llevarlo a la iglesia, y si no funciona así tratarlo como a cualquier gentil, Pedro hizo su famosa pregunta: “Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete?”

La respuesta de Jesús “hasta setenta veces”, fue explicada también con la parábola de los “dos deudores”.

En esta parábola hay un rey que representa a Dios. Hay un siervo que me representa a mí. Y hay un consiervo que representa a uno de vosotros.

Hay una deuda de diez mil talentos que le debo al rey… una gran deuda. Por cuanto no podía pagar la deuda, el rey ordena que yo sea preso con mi familia. Pero voy al rey y le pido perdón, y el rey que representa a Dios tiene misericordia y me perdona toda la deuda. Salgo de la presencia del rey (Dios) y me encuentro con uno de ustedes que me debe cien denarios (algo ínfimo comparado con los diez mil talentos), y porque no me puedes pagar te comienzo perseguir, y te llevo a la cárcel hasta que me pagues todo.
¿Qué hizo el rey con aquel siervo que no perdonó al otro su deuda? Lo entregó a los verdugos hasta que pagase toda la deuda en principio perdonada. ¿Quiénes son esos “verdugos” en mi vida? Si no perdono de corazón, podría ser entregado al “verdugo” de la amargura, el resentimiento y la falta de paz. ¿Estoy “ahorcando” a mi hermano que tiene deudas conmigo? O, ¿estoy perdonado la deuda como Dios me ha perdonado la mía?

Ojalá todo esto genere una sincera reflexión de cómo estamos llevando nuestras vidas.



Comentarios