Mensaje de Navidad de la familia Amado-Santos

Dos mil catorce años han pasado desde que nuestro Salvador naciera en un humilde pesebre. Ya pasado el segundo domingo de Adviento, la Iglesia quiere, una vez más, hacerse eco de ese asumido humilde nacimiento, que cambió al mundo.

En esa misma humildad se encuentran cientos de miles de personas en España, y millones, esparcidas por el mundo. Cuando las iglesias ponen a vista de todos sus mayores y más preciadas galas, cuando esta sociedad del mal llamado primer mundo, se dispone al disfrute, a la fiesta…, muchos están en la calle “mendigando” alguna porción que llevarse a la boca. Ya no se pide dinero, ahora se pide comida, ropa, calzado, vivienda…

De verdad, ¿somos plenamente sensibles a esta horrible realidad?

De verdad, ¿hemos aprendido algo de lo que nuestro Salvador quiso enseñarnos?

Damos algo, eso es cierto, pero quizá las palabras de Mateo 25 no las aplicamos en toda su profundidad:

“Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí”

Celebramos, sí;  pero no nos acordamos. Nuestro entorno de comodidad hace que aplicar el Evangelio con toda su crudeza, nos sea muy complicado, nuestro criterio “cristiano” se empacha de nuestras propias realidades, y nos impide “VER” con claridad, las realidades de otros, en definitiva, la verdadera “REALIDAD” de esta España de principios del siglo veintiuno.

Pero también es verdad que por lo menos, año a año, tenemos la posibilidad de “frenar” nuestras “carreras” alguna vez. Quizá a final del mes de diciembre, cuando celebramos el glorioso nacimiento de nuestro Salvador Jesús, el Cristo. Podemos enumerar todo lo que Él nos ha regalado, y tenemos la oportunidad de reflexionar sobre cómo lo estamos empleando. Lucas 21:

“Levantando los ojos, vio a los ricos que echaban sus ofrendas en el arca de las ofrendas. Vio también a una viuda muy pobre, que echaba allí dos blancas. Y dijo: En verdad os digo, que esta viuda pobre echó más que todos. Porque todos aquéllos echaron para las ofrendas de Dios de lo que les sobra; mas ésta, de su pobreza echó todo el sustento que tenía”

Damos algo, eso es cierto. Pero ¿damos de lo que nos sobra? O ¿damos las “dos blancas”, que es todo lo que tenemos?

Por supuesto nuestras vidas tienen que continuar, y Dios repartió conforme a Su Voluntad, y conforme con nuestras capacidades, pero, ¿ayudamos todo lo que podemos?

¿Es casual que Dios quisiera que Su propio Hijo naciera en ese sitio humilde, de esa familia humilde? Nunca mejor que en estos años que nos ha tocado vivir, para poder comprobar que no. Él se hizo a sí mismo pobre, y lo demostró repetidas veces durante Su vida, y sobre todo durante Su ministerio, conscientemente. Él es el Señor de todo, también de los pobres, de los necesitados, de los desahuciados, de todos aquellos que hoy están en calamidad, y que Él mismo, en el Sermón del monte, lo dice al mundo:

“Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación. Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad.  Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia,porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo”

Que en esta época, y también durante todo el año, celebremos ese nacimiento que nos da la vida, pero que esa celebración  vaya acompañada siempre de nuestro testimonio fiel de acompañamiento, de ayuda, de calor humano hacia aquellos que padecen. Solo así veremos la sonrisa en los labios de nuestro Dios.

Que estas próximas fiestas sean gratas para todos, y podamos llegar a experimentar la perfecta compañía de Aquel que nació humildemente hace dos mil catorce años.

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