Ecumenismo ¿barato?
Nadie puede negar a estas alturas del siglo XXI la implicación que
siempre ha tenido la Iglesia Anglicana con la necesidad de un sano y sincero
ecumenismo entre todas las confesiones cristianas de oriente y de occidente.
En el sentir de muchos cristianos desde el siglo XVIII, el
ecumenismo ha constituido un camino de superación de las divisiones provocadas
entre los cristianos, en orden al cumplimiento del mandato de Cristo: “…que todos sean uno…” (Juan 17:21)
Habría que remontarse varios siglos atrás, pero en concreto, y
haciendo mención de una época más cercana, desde que en 1908 Spencer
Jones y Paul Watson, dos Episcopales estadounidenses (anglicanos), promovieron
la “Church
Unity Octave” (Octava por la Unidad de la Iglesia), la misma
que en 1921, después de diversos problemas, el mismo Spencer Jones sustituyó
por la “Church Unity Octave Council”, con la aplicación, esta vez
si, de un sentimiento sincero de búsqueda de la unión entre la Iglesia
anglicana y la católica romana, pasando por distintas etapas como en
1910, en la que se realizó la “Conferencia Misionera
Mundial en Edimburgo”, en la que se creó un Comité de
Continuación del que surgiría posteriormente el “Consejo
Misionero Internacional”, pasando, posteriormente por distintos grados de
implicación de muchos personajes del ámbito cristiano en general así como de
instituciones, tales como el Consejo Mundial de Iglesias, siempre se obtiene de
la historia una fuerte participación del mundo anglicano hacia el ecumenismo,
incluso hasta la actualidad próximo-pasada, con el Arzobispo Rowan Williams y
con el actual, Justin Welby.
Estoy seguro que el sentimiento aplicado por los anglicanos en general sobre este aspecto, ha sido fundamental para llegar al estado del Ecumenismo presente.
En relación a España no se nos escapa que en los últimos
cincuenta años nos hemos dejado arrebatar la hegemonía ecuménica de la que se
gozaba antaño, sin duda debido al devenir de la historia política de nuestro
país. La Guerra Civil del 36, la consiguiente posguerra, el franquismo que
auspició un nacional-catolicismo de formas retrógradas, en las que a veces se
caía incluso en el anticristianismo; después, y a partir de los 80, un fuerte
laicismo, provocado, entre otros, por los abusos cometidos por la iglesia
dominante y protegida desde el Régimen franquista, y por una educación
religiosa sectaria, que incluso volvió en sus formas y principios al siglo XVI
y anteriores, violando y aniquilando cualquier avance producido durante la
primera y segunda Repúblicas. Todo esto fue sufrido en esa época anterior por
la mayoría de la sociedad española, incluso, y más, por aquellos considerados
contrarios, llamados peyorativamente “Protestantes” o en círculos más
dialogantes como “los hermanos separados”
Todo esto, y aunque las membresías de las iglesias, llamadas
“separadas” crecían dado el rechazo a las formas de proclamar el Evangelio por
parte de la ICR, provocaba también un desgaste, una desidia inducida por el
temor; la inacción provocó cierta sedación de intenciones, que por entonces
estaban más dirigidas a la autoprotección, y a la autosostenibilidad primaria.
Comenzando ya la década de los ochenta con una Iglesia
Católico-Romana, fuerte, heredera de la anterior, y vestida con formas que
hasta lustros después no se iría despojando, encontramos que las tornas
cambiaron. Aquellas iglesias “separadas” comenzaban echar raíces y a extenderse
por el tejido religioso español. Nueva y necesariamente, todas las fuerzas
dirigidas hacia el autosostenimiento y crecimiento, lento, a veces muy lento, e
incluso en ocasiones, hasta la regresión como pago/fruto, provocaron que las
miras de aquellos que comenzaron con esa maravillosa intención de romper las
cadenas de separación, cayeran en esta nueva época en el ostracismo, en el
olvido, e incluso en muchos casos en el descrédito. Ese mirarnos a nuestro
propio ombligo obligatorio, ese agachar la cabeza ante la poderosa Iglesia,
llegó a suponer que muchos dieran la espalda al ecumenismo flacamente sustentado
por pocos. Décadas de sufrimiento, de olvido, de incomprensión, de encierro,
provocaron el rencor, y a veces hasta el odio. Lamento decirlo, pero así lo
siento, es lo que veo en muchos, incluso entre aquello que ni siquiera vivieron
esa época.
Hoy en día, en la línea de hace treinta años, las únicas
denominaciones que aún perviven al ecumenismo, de las llamadas “separadas” (aún
se puede escuchar este epíteto, antes de un jajajaja) son solo las históricas,
las llamadas también “protestantes”, y quizá las más débiles, y sin muchas
posibilidades de organizar nada de nada, frente a una ICR que se abroga por si
misma el derecho de promover aquello que ni siquiera crearon, aquello que
incluso por lustros denostaron.
Nos encontramos hoy en España, en un campo ¿ecuménico? al dinosaurio y a la lagartija,
promoviendo encuentros casi sin solución de continuidad, y al ejemplo que marca
la actualidad me remito.
Mientras nos damos la mano, e incluso abrazos, haciendo loas de la
buena intencionalidad de ambos, -más bien del grande hacia el chico- y
encontramos a Parroquias o iglesias, y hermanos bien intencionados, haciendo
recuerdo de lo logrado mundialmente a través del devenir de los tiempos,
haciendo gestos para que puedan ser interpretados por “el grande” como de anuencia
y cercanía, (a costa de poder ser interpretados estos por algunos de “los
pequeños” como de entreguismo, y contrarios incluso a postulados de la
Reforma), volvemos a sufrir aquello que pasó durante el franquismo. Nos vuelven
a echar de su lado, nos cierran lugares de Culto, no quieren que les vean
“pactar con (según algunos) el diablo”, en definitiva, no quieren hacer
efectivo aquel refrán español que dice: “Con quién te vi, te comparé”
Esta semana pasada nuestra iglesia, la IERE, perteneciente a la Comunión
Anglicana, ha recibido dos “espadazos” que por supuesto no son estocadas de
muerte, pero que sin duda dejan cicatrices, nuevamente, difíciles de curar.
Tanto en nuestra parroquia de A Coruña, como en la de Oviedo se han producido
dos hechos que nos hacen rememorar épocas pasadas. En A Coruña le han cerrado
con cadena y candado al Rvdo. Heller González la Capilla de San Amaro, y en
Oviedo nuestro Rvdo. José Quesada ya no puede oficiar más en la Capilla de El
Salvador, ambas en el interior de los cementerios de las citadas localidades, y
ambas, curiosamente, de titularidad municipal. Y también curiosamente estas
decisiones han sido tomadas en jornadas previas a la celebración del Día de los
difuntos, día en el que según la costumbre ibérica (latina en general), se
visitan, se limpian y se adornan floreadamente las tumbas de familiares y
amigos finados.
¿Será que haciendo memoria del refrán citado no quieren compartir
ecuménicamente espacios religiosos, para que no les comparen con nosotros, “los
hermanos separados”? ¿Será que saben que debido a nuestra supuesta “debilidad”
este “detallito” será transigido y olvidado en breve, llegando a enero próximo
a abrir nuestras puertas nuevamente a los acostumbrados actos de la semana de
oración por ¿la unidad de los
cristianos?? ¿Será que saben que nosotros no sabemos, que
la realidad de antaño no ha pasado? ¿Será que saben que volveremos a estrechar
las manos y abrazar y a elevar loas a aquellos hermanos católico-romanos (sin
duda sinceros) que vemos todos los años, sin tener en cuenta lo que sus
instituciones practican con nosotros?
Nosotros, los que no nos guiamos por leyes humanas, los que solo
atendemos a las leyes y a la Palabra de Dios, debemos perdonar y ofrecer
nuestra mejilla, no siete veces siete, sino setenta veces siete, y eso haremos,
con toda seguridad, vaya eso por delante, pero nuestro derecho a denunciar
estas “bofetadas” también vaya por delante.
Pero…, ¿será que lo saben?
José David Amado - Webmaster y
Delegado de Medios de Comunicación de la IERE (Comunión Anglicana)
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