La presencia de Cristo en nuestras vidas

LECTURAS:  Isaías, 53   -   Romanos, Cap. 8, Vers. 28/39   -   Mateo, Cap. 8, Vers. 23/34

Mis hijas siempre me conocieron “de mayor”, especialmente la pequeña, que cuando nació yo ya tenía 42 años, seguro que pensaba que yo siempre fui adulto.
Siempre tendemos a pensar que no nos comprenden porque los demás nunca han pasado por mis situaciones, por mis experiencias…, y dirán lo que decía yo:
¡Estos viejos no saben manejar mis problemas, no tienen ni idea…!
¡Son de otra época…, son antiguos…, que sabrán…!
No les culpo, yo mismo de pequeño, de joven, y no tanto, pensaba igual. Supongo que será una constante en las distintas generaciones desde la “Edad de Piedra”, y lo seguirá siendo por los siglos de los siglos.
Pero…,   ¡OHHHH! ,  ¡SORPRESA!...
Al igual que todos aquí, una vez… ¡NOSOTROS TAMBIÉN FUIMOS NIÑOS…, Y JOVENES…! Y como prueba les podemos mostrar fotografías, nuestros cuadernos de la escuela, algún juguete que teníamos o algún trabajo manual. Aunque seguro que esta demostración no les va a hacer cambiar de opinión hacia nosotros.
Yo, al igual que todos vosotros, ¡HERMANOS ADULTOS!, salvando las distancias, en otra época de la vida, por supuesto, también he tenido mis dificultades, mis problemas, mis preguntas sin respuestas, mis afanes, he corrido peligros, he vivido amistades imposibles, he tenido satisfacciones, alegrías, disgustos. He cometido errores… También he acertado: Aquel día que acepté a Cristo como mi Redentor, y por Él os tengo a todos vosotros como HERMANOS EN LA FE, de lo cual le doy gracias.
En fin, queridos, todo aquello que a nuestros niños y jóvenes les parece que solo les ha tocado vivir a ellos, nosotros ya lo hemos vivido. Y qué duda cabe que esas vivencias han ido formando lo que hoy somos, como nos comportamos, como pensamos. A eso se le llama EXPERIENCIA.
Todo aquello que ha ido sucediendo en vida ha ido formando lo que soy, lo que pienso, lo que creo.
Por mi condición de comercial, al comienzo de mi vida adulta, he viajado mucho en coche. Tanto que llevo contabilizados más de un millón de kilómetros, o sea, que he dado veinticinco veces la vuelta a la tierra, o el equivalente de ir a la luna y regresar a la tierra casi dos veces. Esto ha generado en mi vida riesgos y peligros, que la mayor parte de las veces han sido evitados, pero que en otras no ha sido posible.
He padecido varios accidentes de coche, algunos realmente graves. Por ejemplo, en la provincia de Badajoz, el coche volcó de lado y fue dando vueltas unos cincuenta metros. O en un puente en la provincia de Córdoba, caí al río Guadalquivir con el coche boca abajo, por lo que quedé inconsciente con la cabeza debajo del agua. Y el último, hace solo unos meses, en el que choqué frontalmente con una furgoneta, después de haber dejado a mi esposa y a mi nieta hacía unos segundos en un parque infantil.
Gracias a Dios, todos ellos puedo contarlos, y además, en los primeros iba solo.
Pero especialmente el último, el que me ha pasado con más experiencia, y en el que hasta pocos segundos antes llevaba a mi esposa y a mi nieta, seguro que es el que más me ha marcado en todos los sentidos.
Después de que sucediera el accidente, ya fuera del coche, comprobando que ni a mí, ni a los ocupantes del otro vehículo nos había sucedido nada, por lo menos grave, la mente divaga por muchos terrenos, es algo natural.
·         ¿Qué hubiera sucedido si no se hubieran bajado del coche segundos antes mi esposa Pepi con mi nieta Celia?
·         ¿Por qué tuve girar en esa calle?
·         ¿Por qué no vi a ese vehículo?
·         ¿Por qué no me quedé en casa, y si me puse pesado para llevarlas?
·         ¿Dónde estaba Dios cuando me pasó esto?
·         ¿No me acompañaba en ese momento?
Son preguntas de difícil contestación, que probablemente nos las hacemos también en otros ámbitos de nuestra vida. Pero desde joven recuerdo un poema que no me resisto a leer hoy, y que contesta perfectamente a nuestras inquietudes en esos momentos difíciles que todos atravesamos en nuestras vidas. Dice así:
Una noche tuve un sueño...
Soñé que estaba caminando por la playa con el Señor y, a través del cielo, pasaban escenas de mi vida.
Por cada escena que pasaba, percibí que quedaban dos pares de pisadas en la arena: unas eran las mías, y las otras del Señor.
Cuando la última escena pasó delante nuestra, miré hacia atrás, hacia las pisadas en la arena, y noté que muchas veces en el camino de mi vida quedaban sólo un par de pisadas. Noté también que eso sucedía en los momentos más difíciles de mi vida.
Eso realmente me perturbó y pregunté entonces al Señor:
- Señor, Tú me dijiste, a través de tu palabra, que siempre irías conmigo a lo largo del camino de mi vida. Sin embargo durante los peores momentos de mi existencia veo que hay en la arena sólo un par de pisadas. No comprendo por qué Tú me abandonabas en las horas en que yo más te necesitaba-
Entonces, Él, fijando en mí su bondadosa mirada me contestó:
- Mi querido hijo. Yo siempre te he amado y jamás te abandoné en los momentos más difíciles. Cuando viste en la arena sólo un par de pisadas fue justamente en los momentos de tu vida donde te llevé en mis brazos-
¿Alguien aquí duda de la compañía de Cristo en su vida, después de su conversión?
Yo en un momento de mi vida lo pude comprender. Nuestro Señor jamás nos abandona. No importa en la situación en la que estemos. No importa nuestro pecado. No importa si alguna vez le hemos dado de lado. No importa si alguna vez le hemos negado….
Él siempre tiene sus brazos abiertos para recibirnos, para darnos su amor, su comprensión, para arroparnos, para protegernos, para perdonarnos….
LA FIEL COMPAÑÍA DE CRISTO
TÚ Y YO…. ¿Por qué escuchar este mensaje?: Tú como yo, o cualquier otro personaje de la Biblia somos imperfectos y  falibles, dominados por el pecado, que buscamos nuestro propio beneficio, y así como el pecado entró por un hombre, por herencia, todos somos pecadores… ¿En algún momento de tu vida has dudado como yo de la compañía de Cristo?
¿No lo alcanzas a ver por más que lo intentas….? ¿O eres de las personas que no lo quieren ver cerca de su situación de caos, de su necesidad, de su accidente…?
No te preocupes…, el Apóstol Pablo le dice a la iglesia de los romanos:
“Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?
El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? 
¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?

Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó.
Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.”
¿Quién nos puede ayudar a ver a Dios en nuestro caminar diario?....
¿Quién nos puede hacer entender que por nuestras propias fuerzas y actitudes no podremos luchar contra cualquier enemigo?....
Si no ves a Dios en todo el ámbito de tu vida, es necesario, es muy urgente, es imprescindible que le des entrada a Jesucristo, porque, como dice la Palabra, solo la gracia transformadora de Cristo puede anular ese orgullo que domina nuestro corazón.
La gracia de nuestro Dios puede capacitarnos y limpiarnos, para así poder comprobar en nuestras vidas, LA FIEL COMPAÑÍA DE CRISTO.
En la lectura del Evangelio de hoy se nos narra el episodio en el que Jesús se monta en la barca, se supone que para ir a pescar, en el mar de Galilea, y le siguen sus discípulos. Se desata una feroz tormenta y ellos tienen miedo de morir.
¿Qué sucede cuando nosotros tenemos miedo, temores, inseguridades, enfermedad, ruina…? ¡Le pedimos que nos auxilie! ¿No es así?
Pues lo mismo hicieron los discípulos, despertaron a Jesús, ya que iba dormido, y le pedían que los salvara. El les dijo: ¿Por qué teméis, hombres de poca fe? Entonces, levantándose, reprendió a los vientos y al mar; y se hizo grande bonanza.”
Y dice en el versículo 27, que: “los hombres se maravillaron, diciendo: ¿Qué hombre es éste, que aun los vientos y el mar le obedecen?”
Es curioso hacer notar que al igual que a los discípulos, a nosotros nos sucede igual. Confiamos que Él nos salvará, pero al mismo tiempo nos maravillamos de las cosas que hace en nosotros. No terminamos de reconocer la verdadera naturaleza de Dios. No llegamos a estar convencidos totalmente que Él siempre está con nosotros, que nunca nos abandona…
Por eso, la frase de Jesús que siempre debemos tener en cuenta en esos momentos de debilidad, de necesidad…, es la misma que les dijo a los discípulos en aquella barca:
¿Por qué teméis, hombres de poca fe?”
La segunda parte del Evangelio se refiere a cuando desembarcan en la tierra de los gadarenos, y Jesús se enfrenta directamente con los endemoniados. Ahí nos muestra su poder. Si verdaderamente los mismos demonios le temen y le obedecen, y si nosotros somos sus hijos, ¿qué podemos temer? Solo podemos esperar a que Él obre sobre nuestra petición.
Hace muchos años decidimos hacer un viaje a Marruecos en compañía de varias familias amigas. El viaje de Sevilla a Algeciras se hizo en autobús, pero la única manera de cruzar el estrecho era en un ferri. Como sabéis en esa zona confluyen el Mar Mediterráneo y el Océano Atlántico, lo que provoca fuertes corrientes y un mar muy picado, a lo que hay que añadir el famoso viento del estrecho. Pues más o menos a mitad de camino, el barco comenzó a moverse de derecha a izquierda y de arriba abajo, y más, y más…., algunos se lo tomaron con calma, pero otros, los que hacíamos el viaje por primera vez, la verdad es que el temor se nos iba acrecentando por momentos. Uno de mis amigos comenzó a sentirse mal, y la cara se le iba desencajando, sintió náuseas y lo acompañé a la cubierta. Resulta que había más gente en la cubierta que en el interior del barco, y algunos queriendo alcanzar los flotadores.
Ahora me resulta una imagen graciosa, pero pensando en el pasaje del Evangelio, puedo sin lugar a dudas saber lo que sintieron los discípulos, porque todavía recuerdo el rostro de pánico, con los ojos desencajados de mi amigo.
En otro pasaje, la confianza de Pedro al decirle el Señor que fuera hasta Él caminando sobre las aguas, fue un ejemplo de amor al Maestro. Se sentía seguro cerca de Él. Jesús conocía el corazón de Pedro y satisfizo su petición, lo mismo que satisface las nuestras, siempre que sean sinceras.
Vemos el poder del Señor actuando en Pedro, y como a nosotros, nos lleva sin peso ante las dificultades del mundo.
Pero la fe más fuerte y el coraje más bravo pueden sufrir depresiones y temor. Quienes pueden sinceramente confesar: Señor creo…, deben añadir: Señor ven en ayuda de mi incredulidad.
Mientras Pedro tuvo fijos los ojos en Cristo, en Su poder y en Su Palabra, anduvo sobre las aguas, pero tan pronto percibió el peligro, y solo sintió el viento, quitando la mirada en Cristo, comenzó a hundirse.
Son nuestros momentos de dudas los que hacen que nos hundamos. Son esos momentos en los que nos hacemos las diversas preguntas que citamos al principio. Es en ese preciso momento cuando Pedro y nosotros comenzamos a hundirnos.
Pero él y nosotros, en esos momentos, a través de la fe, gritamos: "Señor sálvame"
En esos momentos debemos saber que Dios no permite que sus hijos se hundan del todo, sino que siempre nos mantiene en la permanente gracia del Dios de amor.
Jesús tiende la mano a Pedro, aquí podemos ver que es primeramente Dios el que nos busca y brinda su fiel compañía.
Tan pronto como Jesús entró en la barca el viento se calmó. Aquí podemos apreciar la autoridad, ya que sin pronunciar ninguna palabra el viento se calma. En la primera tormenta la manda a calmar, pero en esta, solo con entrar en la barca.
Después de estas demostraciones de Jesús, la fe de los discípulos creció. Cuando la fe pasa una prueba se vuelve más fuerte y se torna más activa.
Cuando sucedió mi último accidente le dije a Dios que en ese momento solo veía un par de huellas sobre la arena, y le pregunté que dónde estaba, que por qué me había abandonado…
Pero Él me respondió:
“Hijo mío, en ese momento de tu accidente estaba contigo protegiéndote”
¿No te diste cuenta que hice que Pepi y Celia se bajaran antes del coche?
¿No te diste cuenta que no te pasó nada?
¡Hombre de poca fe! ¿No te diste cuenta que las huellas que veías eran las mías, porque a ti te llevaba en mis brazos?
Y yo, no tengo más que admirar Su Poder, pedirle perdón por no reconocerlo en esos momentos de angustia, y darle gracias, y gracias, y gracias…, por todos sus cuidados.
A partir de este momento de reconocimiento llega la seguridad y el poder decir:
VERDADERAMENTE ERES EL HIJO DE DIOS, MI SEÑOR JESUCRISTO, QUE ME MUESTRAS POR SIEMPRE TU FIEL COMPAÑÍA.
OREMOS:
Señor Jesús, te damos las gracias por todos tus cuidados, porque aunque quizá no te reconocimos en aquel momento de nuestras vidas, sabemos que Tú nos perdonas, porque conoces nuestras debilidades, como conocías las de tu discípulo Pedro, y te seguimos pidiendo que obres en aquello que no sea de tu agrado. Que sabiendo que aunque tengamos la fe como un grano de mostaza, Tú seguirás abundando en nuestras vidas, y perfeccionándolas, hasta el fin de nuestros días.

BENDITO SEA NOMBRE.  AMÉN.

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