Lo que Dios espera de Su Iglesia


Predicación 12 octubre 2013

Voy a citar un ejemplo, que seguro, quizá con otras situaciones, hemos observado o nos hemos visto inmersos alguna vez en nuestras vidas.

Alguien que le gustaba construir grandes figuras en la arena de la playa, iba todos los días temprano y comenzaba a diseñar la figura del día, una ballena, un pulpo gigante, una sirena..., y después pedía una pequeña contribución de los paseantes para ir sobreviviendo. Un día, llegó un grupo “matones” que empezaron a reírse de él y de sus esfuerzos, burlándose de su penosa situación, y a patadas lo deshicieron. Esta persona sufrió mucho al ver la destrucción gratuita de tanto esfuerzo.

Lo mismo sucedió durante varios días seguidos, y la gente que estaba alrededor se empezó a acercar al muchacho para consolarlo. Un día, todos juntos decidieron que era hora de hacer algo.

Al día siguiente, antes de empezar, como cada día, a construir su figura de arena, todos juntos, hicieron un hoyo más profundo y construyeron de hormigón una base sólida sobre la que pusieron tabiques de ladrillo y fuertes con cemento, y en el exterior el muchacho lo cubrió de arena simulando la figura que hacía a diario.

Cuando llegaron los valentones para destruirlos, la gente y el muchacho se escondieron mientras ellos al dar patadas a la figura se dieron cuenta que no era igual que todos los días. Sus pies descalzos pronto descubrieron que la figura no era solamente de suave arena, sino que debajo había una estructura muy fuerte, y ahora les tocaba sufrir a ellos.

Al igual que este muchacho, los mayores de esta Iglesia de San Basilio de Sevilla, vivieron una época de intolerancia en la que llegaron a incendiarla con muchos fieles dentro de ella, y muchos de los que estamos aquí hemos vivido los tiempos en los que esas puertas exteriores estaban siempre cerradas, supongo que por temor a que se reprodujeran esos ataques. Tampoco había una libertad que supusiera que se pudieran realizar Cultos públicos, y la tolerancia de las autoridades se limitaba a que se hicieran a puerta cerrada.

Pero curiosamente, aunque todo esto sucediera, fueron tiempos de crecimiento, en los que la asistencia media podía ser de casi cien personas en los Cultos matutinos, más de cincuenta en los vespertinos y otras reuniones entre semana. Pero no solo eso, se vivió un despertar espiritual en muchas personas de Sevilla. Parece que la adversidad une a los que piensan de una forma.

Hoy en día, hay muchos que también atacan a la Iglesia, pero de otras formas más sutiles. Quizá la indiferencia es la peor de todas. Esto provoca que seamos muchos menos los que nos encontramos aquí reunidos, si lo comparamos con aquella época de persecución y hostilidad.

Parece que la Iglesia está al borde de la destrucción por los matones, que representan al pecado, el humanismo, el materialismo y las religiones que desvían perversamente la mirada de Cristo.

Lo que no se nos puede olvidar, sin embargo, es que la Iglesia está construida sobre una roca.

“Sobre esta roca edificaré mi Iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella"

La Iglesia de Jesucristo está respaldada por el poder de Dios. La Iglesia no es simplemente otra institución humana, que avanza con esfuerzo humano, así que puede caer por la debilidad humana. La Iglesia de Dios tiene una fortaleza divina, la del Espíritu Santo.

Esto es de suma importancia para tenerlo en cuenta. Ningún aspecto humano, repito, ningún aspecto humano que se nos pueda cruzar en nuestras vidas, nos debe hacer apartar la mirada de lo verdaderamente importante, de reconocer cada minuto de nuestras existencias, que la dirección del Espíritu Santo es esencial para que la Iglesia camine.

Dios nos ha dado la totalidad de su apoyo. Ahora nos corresponde a nosotros poner de nuestra parte. Porque no somos creadores, sino colaboradores de Dios, nos toca ahora trabajar juntos para levantar la Iglesia que Dios desea.

Si voy a trabajar para levantar la Iglesia, tengo que saber qué estoy construyendo. Y si quiero hacer un trabajo duradero debo prepararme con antelación, por lo cual debo hacerme las siguientes preguntas.

¿Este trabajo lo puedo realizar yo solo? ¿Cómo construía el muchacho sus esculturas de arena?

La Respuesta: NO. Solo se pudo vencer a los matones si se unían las fuerzas.

¿Es suficientemente duradero utilizar materiales de derribo? ¿Cómo la arena que utilizaba el muchacho?

La Respuesta: NO. Para evitar nuevamente el desastre se tuvo que usar productos sólidos y duraderos.

¿Puedo comenzar un trabajo de este calibre sin tener previamente unos planos, una preparación?

La Respuesta: NO. Sin que esto sea así, seguro que pronto nos vence confusión y el desánimo.

Hemos estado estos últimos días liados con el montaje de los muebles del piso pastoral, y nos hemos dado cuenta inmediatamente que los planos de montaje son sumamente necesarios.

Por todas estas respuestas negativas, hoy vamos a considerar lo que Dios quiere para su Iglesia.

En Su Palabra, Dios nos ha dicho lo que El desea para nosotros como pueblo suyo. Lo hemos estado comentando en nuestro anterior Estudio Bíblico.

En primer lugar: Dios desea una Iglesia que le alaba

Si alguien nos preguntara para qué formó Dios la Iglesia, ¿qué contestaríamos?

Quizás nunca nos hemos hecho esta pregunta, y por eso no hay una contestación reflexionada sobre el particular, por lo que seguro existe mucha confusión.

A ver en qué grupo consideramos que estamos instalados cada uno de nosotros.

Algunas personas, pueden pensar que Dios creó la Iglesia para ellos, para que puedan sentirse bien, para satisfacer sus necesidades, para que les ayude cuando carecen de algo, o para que sirva como una familia para ellos cuando se sientan solos.

Por supuesto que la Iglesia debe hacer y hace estas cosas. Pero si pensamos que éstas solo son las razones por la que existe la Iglesia, esas personas están en un error. Han apuntado demasiado bajo. Estas cosas ya las hacen en el mundo las ONGs, incluso las no cristianas, el humanismo propone herramientas para ayudar al ser humano en sus necesidades básicas. Pero lo que Dios quiere para su Iglesia es mucho más que eso.

Otras personas, con una perspectiva más amplia, apuntan un poco más arriba, y dirían que la Iglesia existe para cambiar la sociedad. Se imaginan a la Iglesia poco más que como un partido político, y creen que la Iglesia debe de inclinarse a la izquierda o a la derecha, según su propia inclinación. Ya lo intentó Judas Iscariote y terminó ahorcándose, avergonzado de su pecado. Y aunque la Iglesia tiene una dimensión de cambio de vida en la sociedad. Dios quiere para su Iglesia mucho más que eso.

Volvamos al principio, cuando Dios formó al pueblo de Israel. Hallamos en Éxodo 7:16 la razón:

"y dile: Jehová el Dios de los hebreos me ha enviado a ti, diciendo: Deja ir a mi pueblo, para que me sirva en el desierto"

Dios envió a Moisés a decirle al faraón que dejara salir al pueblo para que alabaran a Dios. Esto es lo que significan las palabras servir o rendir culto.

En el principio, el propósito de Dios en formar un pueblo para sí era que lo alabara. En 3.500 años, las cosas no han cambiado. Dios aún desea que su Iglesia lo alabe. Cuando la Iglesia deja de adorar a su Señor, empieza a perder el rumbo.

Cuando vamos caminando por la calle, tenemos que mirar hacia abajo para no tropezar. Sin embargo, como Iglesia, ¡tenemos que mirar hacia arriba para no tropezar! Cuando la Iglesia empieza a mirar solamente al mundo, o solamente hacia adentro, empieza a desequilibrarse.

Podemos ver un ejemplo de esto en el llamado de Pablo a servir como misionero. ¿Cuándo llamó Dios a Pablo de una forma específica para ser misionero? Vamos a ver la respuesta en Hechos 13:2: "Ministrando éstos al Señor, y ayunando, dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado".

El llamamiento de Dios para Pablo vino mientras participaban en el culto al Señor, es decir, ¡mientras adoraban a Dios!

Esto demuestra que la misión de la Iglesia surge de su naturaleza como un pueblo que adora. En otras palabras, sólo vamos a poder servir a Dios si sabemos adorarlo primero. Una Iglesia que no sabe alabar, por más activa que sea, es una Iglesia desequilibrada.

El propósito de Dios en formar una Iglesia que adora lo vemos en Apocalipsis 22:3, cuando vemos a la Iglesia redimida en el cielo adorando a Dios: "Y no habrá más maldición; y el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le servirán"

La alabanza es la razón de la existencia de la Iglesia; es lo que da forma a nuestra misión en este mundo; y es lo que haremos durante la eternidad. ¡Dios realmente quiere una Iglesia que le alaba!

Por eso, pregunto: ¿Valoramos la alabanza? ¿Nos sentimos parte de una Iglesia que le alaba?

Jesús lo dijo: "Pero la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque ciertamente a los tales el Padre busca que le adoren" (Juan 4:23).

Ojalá la respuesta sea: SI.

En segundo lugar: Dios quiere tener una Iglesia que ama

¿Sabemos cuál es la marca que distingue a los seguidores de Jesucristo?

No es la cruz que algunos se cuelgan en el cuello, ni es el nombre que aparece en el letrero de algunas Iglesias, ni es el pez que se pega en la parte trasera del coche. Jesús mismo nos dijo qué marca nos debe de distinguir. Veámosla en Juan 13:34-35:

“Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros.
En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros”


Jesús dijo que todos sabrán que somos sus discípulos, si nos amamos los unos a los otros. Ésta es la marca del verdadero cristiano y de la Iglesia donde Dios está presente. Dios quiere que seamos una Iglesia que ama. Pero, ¿sabes qué? ¡El amor cuesta!

Amar cuesta. Amar duele. C.S. Lewis lo expresó así: "El amor significa ser vulnerable. Si amas algo, tu corazón seguramente será retorcido y posiblemente sea quebrantado. Si quieres estar seguro de mantener tu corazón intacto, no puedes darle tu corazón a nadie... Envuélvelo cuidadosamente con pasatiempos y pequeños lujos;... enciérralo seguramente en el cofre o el ataúd de tu propio egoísmo. Pero en ese cofre -seguro, oscuro, inmóvil, ahogado- tu corazón cambiará. No será quebrantado; se volverá inquebrantable, impenetrable, irredimible... El único lugar fuera del cielo donde puedes estar a seguro de todos los peligros del amor... es el infierno.

Leamos lo que nos dice 1ª Juan 4:12: “Dios permanece entre nosotros, su amor se perfecciona, si nos amamos los unos a los otros”

Y finalmente: Dios quiere tener una Iglesia que alcanza metas

Antes de volver al cielo, Jesús les dijo a sus discípulos en qué se debían de ocupar hasta que El volviera.

Hechos 1:8: "pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra"

Jesucristo nos ha llamado a testificar de El por todas partes. El nos llama a alcanzar a nuestros parientes y vecinos en nuestra Jerusalén. Nos llama a apoyar la obra de evangelismo y misiones en lugares cercanos y lejanos - hasta los confines de la tierra.

Ya sabemos cómo hacerlo, testificando, orando y dando. La última pregunta es: ¿lo haremos solos, o todos juntos? Recordemos que juntos vencieron a los matones que destruían las esculturas de arena.

En conclusión:

Es hora de tomar una decisión. ¿Queremos formar parte de una Iglesia que alaba, una Iglesia que ama y una Iglesia que alcanza?

Si queremos hacerlo, tomemos hoy la decisión de comprometernos ante Dios en trabajar para que así sea.

AMÉN.

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