Pilares fundamentales


Toda organización humana fundamenta sus actividades en base a idearios o reglas de funcionamiento que organizan y estructuran la aplicación de su actividad. Asimismo toda persona que pertenece activa o pasivamente a tal o cual estructura debe aceptar y aplicar en su diario vivir esas determinadas reglas de funcionamiento. Sin estas reglas la humanidad sería un caos y estaría abocada al desorden más infame, e incluso a su propia desaparición.

Esto es algo asumido por todos. Por eso todos los países del mundo se organizan con Códigos Civiles y Penales, reglas de circulación de vehículos, procedimientos de carácter político, deberes ciudadanos,  ordenación de carácter sanitario, escolar, universitario… incluso a pequeña escala, y aunque nada de esto esté legislado, cuando entramos en algún pequeño comercio pedimos “la vez” (es una manera de organizar “el turno”), o en un gran comercio, cogemos el número que nos da derecho a que se nos atienda en su debido momento. Son reglas de organización asumidas por todos nosotros.

Cuando por razón de afinidad con tal o cual partido político, con tal o cual organización obrera, con tal o cual organización de carácter lúdico, de pensamiento, de defensa, ONG…, entramos a formar parte de ella, intrínsecamente estamos aceptando las reglas generales y particulares que definen su funcionamiento, haciendo desde ese momento que formemos parte indivisa de su estructura. Cualquier “grieta”, que con nuestra actitud provoquemos, pone en riesgo el mantenimiento íntegro de la misma.

La humanidad, desde tiempos pretéritos hasta la actualidad, ha crecido intelectualmente debido a la transmisión de conocimientos de una generación a otra, a través de distintos medios. Imitando lo que otros hacían, a través de pictogramas, del lenguaje de signos, oral, de la escritura…



De la misma manera, nosotros los cristianos (y me refiero a nuestra Iglesia, la IERE), cuando aceptamos que nuestro Dios entre a formar parte de nuestras vidas, aceptamos Su Código. El transmitido oralmente a través de la tradición de los que nos precedieron, pero más principalmente a través del Código escrito, a través de aquello que nos da verdadera identidad, nuestras Reglas; la Biblia.

El Libro Sagrado de la cristiandad, en su integridad, es el garante primero y último de lo que somos, pensamos y creemos. Sin él, contra él o a pesar de él, estaríamos abocados a la destrucción.

Estamos equivocados si pensamos que avanzaríamos como cristianos haciendo una adaptación de lo transmitido, a nuestra comodidad, a tal o cual necesidad  a tal o cual pensamiento. Estaríamos equivocados si pensamos que somos lo suficientemente “Dios” para realizar adaptaciones que se adecuen a tal o cual época. Ese, sin lugar a dudas, ha sido el gran error de la cristiandad en el pasado y muy probablemente en el presente. Hemos usado La Escritura como arma para imponer los intereses personales o colectivos que han prevalecido en cada época.

Sabemos que somos lo que comemos y bebemos, y en gran medida, en lo que a la intelectualidad se refiere, en cuanto a lo que nos relacionamos, en definitiva lo que vivimos. E incluso el “libre albedrío” está muy condicionado por las circunstancias. El científico Eduard Punset, en una entrevista realizada a un catedrático de una Universidad de Estados Unidos, nos transmitía que, con un acierto de casi el cien por cien, la ciencia podía acertar una determinada opción a tomar por una persona, diez segundos antes que se produjera la misma decisión, por lo que se demuestra que nuestro cerebro está condicionado por los distintos factores que nos rodean, así que científicamente el “libre albedrío” queda casi descartado. Lo que llamamos nuestra libertad de pensamiento está condicionada por donde vivimos, y con quién “andamos” nuestro camino por la vida.

Si dejamos que nuestros condicionamientos personales contaminen aquello que consideramos “La Palabra de Dios” estaremos agrietando el fundamento de nuestra fe, estaremos poniendo en peligro, igual que en el pasado, el Evangelio recibido, y no seremos verdaderos discípulos de Aquel que nos envió a La Gran Comisión, por lo que recomiendo a nuestra generación, mesura y mucha oración.

Sin duda, Él nos dará en su momento, las respuestas a nuestras interrogantes.
José David Amado.

Comentarios

  1. ¡Cuanto miedo tienes!
    Escúchate. Reflexiona lo que tú mismo dices. Graba tu propia reflexión escrita y dale al "play" y escúchate.
    "Condicionamientos personales"
    "aquello que "consideramos" Palabra de Dios"
    "poner en peligro"
    "Evangelio"
    "Discípulos"

    Lee los evangelios, los cuatro, una y otra vez
    Luego lee la historia de la Iglesia; lee
    tu propia historia, haz memoria; lo que pensabas y hacías cuando eras adolescente, cuando fuiste joven, cuando fuiste adulto; lee la historia de tus hijos, la de tus nietos...
    Dime qué ha cambiado y dime qué no ha cambiado.
    Hablame de los miedos que tenías cuando tus hijos eran jóvenes. Háblame de cómo son tus hijos ahora. Díme qué ha cambiado. Díme

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  2. Desde mi punto de vista, hay dos extremos que deben evitarse: el primero es el "conservadurismo puro" que todo lo fia a un hipotético respeto a la letra de la Escritura, lo cual no garantiza que la fé sea verdaderamente viva ni operante. Por otra parte, el "progresismo" que piensa que lo unico importante es el amor y la adaptación a los valores predominantes del mundo contemporáneo (en la línea de lo politicamente correcto) termina por convertirse en puro sentimentalismo humanista. Mantener un equilibrio entre estos dos extremos creo que es la obra del Espíritu Santo y será lo único (creo) que podrá aportar cierta unidad a una Iglesia (me refiero a la Iglesia Una, no a alguna denominación específica) que se desangra en un enfrentamiento absurdo (y sin horizonte de solución..) entre los dos extremos antes expuestos.

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  3. Apreciado “Leandro”, mis “miedos” como tú los llamas, son los que puede tener cualquier “hijo de vecino” con un mínimo de responsabilidad.

    Utilizando el símil que he usado de “Pilares”, tú puedes, con absoluta libertad, mover tabiques, poner o quitar puertas, remodelar el cuarto de baño o la cocina; “no me gustan estas ventanas” pues la cambiamos… pero lo que nunca podrás hacer bajo ningún concepto es “tocar” las columnas, extensión necesaria de los pilares, a riesgo que se te venga la casa encima.

    A eso me refiero…, volviendo a usar palabras que no son mías, sino de Pablo: “Todo me es lícito, pero no todo conviene; todo me es lícito, pero no todo edifica", podemos “maquillar”, podemos “adecuar” (según los tiempos) la Palabra de Dios a situaciones que no son las mismas que en el pasado, a situaciones incluso nuevas, pero tocar “los pilares” causaría el derrumbe del cristianismo.

    Por supuesto “los poderes fácticos” a través de la historia han hecho cosas horrendas en nombre de Dios, eso no lo discute nadie (creo), pero otorgarse la facultad de cambiar sentidos a los que Dios nos transmite es “muy fuerte”.

    Podemos aprovechar la estela de: “Como la iglesia ha hecho tantas barbaridades a lo largo de la historia, ya no tiene autoridad moral para transmitir la verdadera voluntad de Dios” pero podemos caer en arrogancia de: “Le quito la autoridad a la Iglesia, y me la otorgo yo, a mi comodidad”

    A eso me refiero, querido “Leandro”, no estamos preparados. Somos falibles, es más, muy falibles. Nuestras mentes están condicionadas por lo que nos rodea. Nuestros antepasados hacía fuego con suma facilidad, ya nosotros hemos perdido esa capacidad, como otras muchas. Nuestras neuronas son limitadas y la inteligencia que pueden desarrollar es finita. Si no ponemos fronteras, sin quererlo, podemos destruir en un segundo lo malo que hemos heredado, pero también lo bueno, los “Pilares”.

    Si creemos que la Biblia es la Palabra de Dios inspirada no podemos abrogarnos la facultad de cambiarla a nuestro antojo, dependiendo de nuestras necesidades. Tenemos el deber de saber discernir que es lo que nos quiere transmitir nuestro Padre a través de la Escritura, y esto solo se puede conseguir orando y orando y orando, no poniendo palabras nuestras en boca de Dios.

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  4. Tú lo has dicho: "discernir". Es la palabra clave; y no solo se discierne orando, también hay que actuar; es decir: ni la mística sin el compromiso ni el compromiso sin la mística, ambas acciones deben ir inseparablemente de la mano. Lo has dicho bien: todo se puede tocar menos los fundamentos

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