El "Yo" interno
En las etapas
que vamos viviendo de nuestras vidas, muchas veces –más de las que
desearíamos-, no descubrimos “huecos”
para sentarnos delante de la pantalla del portátil, y plasmar en el editor de
textos las ideas que van dando vueltas por nuestras cabezas. Supongo que es
algo que en mayor o menor medida nos pasa a todos. Nuestras vidas giran en gran
manera en torno a nuestras preocupaciones cotidianas, ahora más prioritarias
que hace algunos años, por razones económicas, o también porque nuestras propias
familias demandan de nosotros casi la totalidad del poco tiempo que nos sobra.
Pero todo eso no es
óbice para que hagamos lo posible y encontremos ese tiempo necesario para
así, abandonar el “Yo” público, y reunirnos
en íntima amistad con nuestro “Yo” interno.
Cuando esa simbiosis
se produce, sin saber muy bien cómo, brotan las ideas, fluyen de una manera
coherente nuestros pensamientos, hasta ese momento deshilachados. La
incoherencia de ellos, pasan a tener mucho sentido, y nuestro dedos, hasta ese
momento abotargados, recuperan una vida lejanamente recordada, y solos,
comienzan a plasmar en la pantalla la expresión de nuestros pensamientos, de
nuestros sentimientos, en definitiva, de lo que estamos formados, de lo que
realmente somos.
¡Que grandeza la de
nuestro cerebro!, pensamos, y nos sentimos reconfortados. ¡Que poco nos conocemos! Cuánto hay dentro de
nuestro ser, de nuestro pensar, que está adormecido por nuestros descuidos,
llegando a entumecer, muchas veces para siempre, lo que de verdad somos, lo que
de verdad sentimos, lo que de verdad creemos.
La falta de
ejercicio físico puede hacer degenerar nuestros músculos, postrándonos
finalmente dentro de aparatos ortopédicos; capaces de sostener nuestro esqueleto, si, pero de una forma inanimada, haciéndonos
depender en exclusiva de ellos, no siendo ya nosotros mismos. De la misma manera la falta de ejercicio mental
puede llegar a establecer en nosotros a algo que no somos realmente, puede
llegar a representarnos, como un dibujo infantil, lejanamente parecido a algo
de lo que nosotros mismos, o algunos de nuestros cercanos, ¿reconocieron en nosotros alguna
vez?...
¡Que tristeza que
esto me llegue a suceder! ¿Que abandone, a favor de lo que me rodea, mis
propias capacidades?
¡Oh! Señor, no
permitas nunca que mis capacidades, aquellos Dones que me regalaste, los entierre
por ninguna causa, quizá por miedo, quizá por vergüenza… Por nada, Señor. Tú me
los diste y multiplicados te los tengo que devolver.
José David Amado.
Comentarios
Publicar un comentario