Ética y estética de la Semana Santa sevillana y El grano en la cizaña

Ética y estética de la Semana Santa sevillana

La Semana Santa sevillana no es una experiencia fácil para explicar e integrar en el cuadro simbólico y conceptual del secularismo contemporáneo, incita a una sociabilidad que puede ser vana y supersticiosa, y fácilmente la podemos juzgar como simple folclore. Tampoco se acomoda al gusto de una conciencia protestante de natural iconoclasta. Sin embargo la magia y la belleza de Sevilla en semana santa pueden lograr lo que aparentemente no es posible.

Durante el pasado Jueves Santo, un buen amigo sevillano, pulcramente agnóstico y yo mismo, protestante confeso y masón, asistimos al espectáculo fascinante de Sevilla en procesiones.

Ya los nombres mismos de los Pasos que contemplamos nos dan una idea de la estética barroca, de tango metafísico, que representa el fenómeno de las procesiones en Sevilla: La Quinta Angustia, la Pasión, la Sentencia, la Virgen del Valle, la Esperanza de Triana, las Tres Caídas…

Creo que no descubro nada si digo que la Semana Santa sevillana tiene muchas lecturas y que en ella se combinan y mezclan muchas emociones.

Hay una primera emoción espontánea y popular de enamoramiento colectivo de los sevillanos para con su ciudad y sus barrios que se celebran mutuamente en sus Vírgenes y en sus Cristos.

Hay también, por supuesto, un fervor religioso y confesional, propio del catolicismo que exalta los misterios salvíficos de la Pasión y Muerte de Cristo, y de María como colaboradora de esa salvación. Pero estas dos emociones estarían reservadas sólo a los católicos y a los sevillanos, y sin embargo sucede que la capacidad de conmover de la Semana Santa no se limita a ese espectro. Cualquiera que alguna vez haya sentido la fuerza y la belleza narrativa de la pasión de Cristo, el conflicto cósmico que se representa en su crucifixión, la colisión entre la grandeza política y jurídica de Roma, de un lado, de otro el anhelo mesiánico del pueblo judío, alimentado durante siglos por profetas y levitas, y la irrupción de un Cristo doliente, solidario de una Humanidad doliente, puede, si lo desea, dejarse conmover por esa representación, que nos permite ver al Nazareno cargar su cruz por las calles de Sevilla.

Pero, mas aún, cabe también una lectura de todo aquello en una clave que, sin negar lo anterior, lo trasciende; hay un sentido pagano que no puede ser ignorado: los "cristos" y las "vírgenes" de Sevilla adquieren vida propia como condensaciones emocionales y anhelos personificados. No son ya una representación del único Cristo y de la única Virgen, sino que cada uno de ellos se independiza y adquiere vida propia representando así un aspecto de la condición humana: la dignidad del justo perseguido, la fuerza de la bondad en medio del padecimiento, la amistad traicionada, el amor de la madre por su hijo,... desde este punto de vista toda la Semana Santa es una exaltación del corazón humano y de sus propias pasiones.

Con todo este juego de "llaves" y con una disposición favorable no es difícil que, ateo o masón, católico o protestante, vasco o sevillano, viviéramos en esa noche de luna llena en Sevilla, y en la mañana del Viernes Santo, un puñado de emociones inolvidables. Una de ellas cuando la Esperanza de Triana es recibida frente a la iglesia de Santa Ana con una lluvia de pétalos de rosa que inundan el aire impregnado de incienso y azahar.

Hay por lo tanto en la Semana Santa sevillana una experiencia ética y estética que está abierta a todos, que la convierte en patrimonio de la Humanidad, en una experiencia felicitaria, emocionante, de esas que esponjan el corazón. Javier Otaola

Mi contestación a Javier Otaola

El grano en la cizaña

Uno, que en su vida, ha caminado por distintos “valles”, sevillano; para más señas de Triana, barrio que une, “sin solución de continuidad” a payos y gitanos y representativo del arte, del folclore y de la “sevillanía”, ha tenido la oportunidad de crecer rodeado de iglesias renombradas, sobre todo por las filiaciones de las distintas Hermandades que las ocupan, y no por las predicaciones de sus párrocos o por el ejemplo cristiano de sus feligreses. He vivido de todo, pero el conjunto de mis vivencias vecinales y mi crianza netamente de formación protestante, han conformado lo que soy, lo que pienso, lo que creo...

Estando muy de acuerdo en todo lo que expresa Javier Otaola en su artículo “Ética y estética de la Semana Santa sevillana”, desde una óptica o vivencia de alguien que no es de Sevilla, mi visión dista algo de ese “emborrachamiento” que se adivina en algunas de sus opiniones.

Es cierto que el ambiente en general te “atrapa” No lo es menos que la primavera de Marzo y Abril con los aromas de miles de naranjos en plena flor, unidos a otros aromas, sobre todo de los distintos tipos de inciensos, te nublan los sentidos. También que la muchedumbre sevillana es capaz, cuando se reune a cientos de miles para presenciar el paso de una cofradía, con el bullicio que eso supone, de silenciarse mágicamente cuando asoma por la esquina el próximo Paso. Queda en silencio tal, que uno oye con claridad meridiana el arrastrar de las alpargatas de los costaleros, e incluso el crepitar de las llamas de los cirios. Y que decir del “saetero/a” cuando empieza su “ofrenda cantada”, el “sssccchhhhhiiii” del gentío se transforma en respetuoso silencio que, dependiendo de la característica de la cofradía, de silencio o de gloria, continúa en silencio o rompe en olés y aplausos. El caminar de vuelta del “Cachorro” por el puente de Triana, o la tradición de visitar, con vestido de mantilla las féminas, y con pulcro traje azul marino o gris marengo, los hombres, las distintas capillas e iglesias, el Jueves y Viernes Santo de mañana, o el acompañar el corto trayecto de Jesús del Gran Poder o del Santo Entierro (comúnmente llamado “La Canina”), sin olvidar esa electrizante a la vez que agotadora “madrugá” con las populares cofradías de “La Macarena”, “La Trianera”, "El Silencio" o “Los Gitanos”…

Por no continuar en labor ensalzadora de toda la parafernalia de Pasión, y dejando a un lado todo lo que interactúa con ella, que se podría definir como cristianismo pagano, y que en su gran mayoría, para la gran mayoría, según mi opinión, es “flor de un día”, decir que, si todo el esfuerzo y dinero que supone a particulares, familias, grupos, instituciones, profesionales, hermandades… se usara para la verdadera evangelización, la bien entendida divulgación de la verdadera Pasión de Jesucristo, y teniendo en cuenta que en esas fechas nos visitan unos tres millones de personas, en diez Semanas Santas se habría convertido toda la España descreída.

El ambiente, los olores, la primavera templada, la tradición. Nada de eso es válido para el fin legítimo de la predicación de la Salvación. Todo lo demás, que es la mayoría, querido amigo, y aunque el sevillano no lo sepa, es folclore. José David Amado.

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